El "Diccionario de Política" (Siglo XXI, Madrid, 1994) dirigido por Norberto Bobbio le dedica nada menos que once páginas de apretado texto a dos columnas a la voz "populismo", que define como aquella fórmula política por la cual el pueblo, considerado como conjunto social "homogéneo" y como depositario "exclusivo" de valores positivos "específicos" y "permanentes", es fiuente principal de inspiración y objeto constante de referencias. Para el populismo, dice más adelante, el pueblo es asumido como mito más allá de una definición terminológica, a nivel lírico y emotivo. El llamado a la fuerza regenerante del mito, y el mito del pueblo es el más fascinante y el más oscuro y al mismo tiempo el más funcional en la lucha por el poder político, concluye la entrada, está latente aun en la sociedad más "articulada" y "compleja", más allá del orden pluralista, listo para materializarse en los momentos de crisis. (Los entrecomillados son míos, no de Bobbio).
Así pues, los populismos de derecha y los populismos de izquierda, apelan ambos al pueblo como algo homogéneo y sin fisuras ideológicas. El primero, apelando a una superioridad moral de valores del conjunto de ese pueblo personificado en una nación real o imaginaria. El segundo, apelando a esa misma superioridad moral, real o supuesta, en esta caso de una clase, la trabajadora, que por el mero hecho de serlo asume todo el protagonismo político.
En las entradas que dediqué hace unos días al pensamiento del filósofo italiano Norberto Bobbio, reproducía su argumentación de que las posiciones políticas de extrema derecha empujan a la derecha política clásica hacia el centro político. Y que por la misma razón, las posiciones políticas de extrema izquierda, empujan hacia el centro político a la izquierda clásica, resultando pues, para Bobbio, que es en el centro político (de izquierdas o de derechas), donde se hace posible el ejercicio de la política democrática.
En España, ahora mismo, el problema de la derecha, representada por el partido popular, es que no tiene a nadie más a su derecha que le empuje hacia el centro; a su derecha solo se abre el abismo de grupúsculos políticos sin la menor relevancia social o política. El problema de la izquierda española, representada por el partido socialista e izquierda unida, es que a su izquierda sí existe una izquierda populista y una izquierda nacionalista que, exacerbando el mito de la clase o el mito de la nación (supuesta, inventada o real) empuja a la izquierda posible hacia el lado contrario al de su ubicación natural, el centro-izquierda político, en la creencia de que es ahí donde se encuentra su electorado potencial. Creo que se equivoca. Y esa es la ecuación que la izquierda española tiene que resolver si quiere volver a ser opción de gobierno: decidir si están por el populismo (es decir, por el mito de la clase o el mito de la nación como algo homogéneo), o por el pueblo real como conjunto de ciudadanos, que conforman una sociedad plural con legítimas opciones diversas e ideologías diferentes que buscan vivir y crecer unidos en paz y armonía, incluso con lo que no piensan, también legítimamente, como ellos.
S
ean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt