No obstante, el populismo no es exclusivo de la izquierda soñadora. También la derecha lo utiliza cuando le conviene aglutinar a su electorado y consolidar apoyos o atraer nuevos simpatizantes. Aunque es un populismo menos prosaico y más materialista, se trata, al fin y al cabo, de propuestas populistas que remachan el conservadurismo y hasta las actitudes más reaccionarias del pensamiento político de derechas. Buen ejemplo de ello es el candidato norteamericano por el Partido Republicano Donald Trump, ese energúmeno millonario metido en política, empeñado en enervar a los sectores de población más inmovilistas de la sociedad de los EE.UU. para que voten el retorno a los tiempos de la segregación racial, el darwinismo social más despiadado y el anarquismo económico, exento de toda regulación, que refuerce el imperialismo yanqui en el mundo, bajo la máscara de la globalización, y, de paso, beneficie sus particulares intereses empresariales.
Disminuir los impuestos directos como promete la derecha -los que se pagan en función de las rentas de cada cual-,favorece fundamentalmente a quienes más ganancias declaran, personas que pueden costearse la adquisición de cualquier bien o servicio de manera privada. Las clases pudientes son las grandes beneficiadas con esa bajada de impuestos que proclama la derecha, ya que no es lo mismo un “ahorro” de cien euros en la declaración de la renta de un trabajador que miles de euros en la de quien ejerce una profesión liberal y atesora un gran patrimonio. Es una reducción fiscal tramposa que, para colmo, resulta sumamente perversa.
Y es que, aunque los impuestos indirectos compensen la merma de ingresos de Hacienda causada por la bajada de los directos, lo que realmente oculta el populismo de derechas es un inconfesado interés por que los servicios públicos sean provistos por la iniciativa privada. Se trata de una jugada maestra con la que se consiguen matar dos pájaros de un tiro: por un lado, conquistar un nicho de mercado que explota sin ánimo de lucro entidades de titularidad pública; y, por otro, eximir a los pudientes de financiar servicios o prestaciones públicas que casi nunca van a utilizar porque disponen de los de titularidad privada. La derecha está en contra de una fiscalidad progresiva que grave la renta de los ricos porque sólo sirve para financiar servicios destinados a los más desfavorecidos, justamente quienes más los necesitan. Los pudientes prefieren pagar sus médicos, su educación o su seguridad, y los demás que se busquen la vida.
Existen muchos ejemplos de populismo de derechas. Reiterar constantemente, como una verdad incontestable, que debe gobernar la lista más votada, es otro de esos populismos recurrentes en la actualidad por parte del Partido Popular, obviando que nuestro sistema político es parlamentario, no presidencialista. Gobierna quien consiga el voto mayoritario del parlamento. Y, como éste, muchos más. Esta es la diatriba ideológica que se ventila en los debates del modelo de sociedad que enfrenta a partidos de derechas y de izquierdas, los cuales hacen uso del populismo para engatusar a los destinatarios de sus mensajes. Forma parte, desgraciadamente, de la dialéctica partidista y del discurso político en nuestro país. Conocer esta estratagema para poder diferenciar propuestas serias de propaganda electoral es responsabilidad de los votantes. Ellos son los que votan y validan populismos o programas. Aunque al final los engañen como a palurdos.