Cuando estudiaba en la Primaria, la hermana de mi papá emigró a Estados Unidos y se reunió con su esposo, quien había aprovechado un contrato de trabajo en Canadá para cruzar la frontera y establecerse allí. Como es natural, llevó con ella a mis dos primos, el más pequeño de mi edad.
Yo tendría menos de 10 años quizás, no recuerdo bien. Pero en mi memoria llevo fresca aún una conversación que escuché a mi mamá con una vecina, en la que le comentaba que mi tía, al llegar, se comunicó con mi papá para decirle que iba a iniciar el proceso de reclamación, que por ser de hermano a hermano, tardaba diez años en concretarse. La respuesta de mi papá, convencido militante del PCC hasta sus últimos días de vida, fue rotunda: "No, gracias. Yo me quedo en Cuba". Mi madre lo apoyó, aunque ella jamás militó activamente en ninguna organización política, siempre tuvo definidas sus convicciones revolucionarias.
Cuando las personas leen que soy 100% cubana y revolucionaria, quizás piensen que son palabras al azar, por consignismo… pero quienes así opinan no me conocen. Así que escribo esta vez para compartir algunos recuerdos, que espero ayuden a comprender mejor mi posición política.
Dicen que para entender a alguien, lo mejor es analizar su seno familiar, comprender el ambiente en el que se formó. Bien, si voy a contarles de mi, no puedo dejar de mencionar a mi bisabuela paterna, capitana del Ejército Libertador, cuyo nombre se perdió en la historia, pues si mi papá me lo dijo, mi memoria no lo guardó.
En la rama materna de mi árbol genealógico, puedo dar muchos más detalles, pues mis abuelos maternos tuvieron la dicha de una larga vida y los dos sobrepasaron los 80 años…
Mi abuelo Panchitico (Papapa, como le decía yo) era un sol. El típico cubano jaranero, poeta, cariñoso y además vivía enamoradísimo de abuela. Era además rojo, bien rojo: de los que sin estar movilizado, se montó en el primer carro que encontró rumbo a Girón para ofrecer sus servicios en cuanto supo del ataque mercenario. Participó en la lucha contra bandidos, y vivía orgulloso de la medalla que por su valentía recibió.
A mi abuelo no había quien le hablara mal de la Revolución, enseguida se ponía muy molesto, y empezaba a argumentar sobre la importancia de este sueño que el pueblo había construido con sudor y sangre. Su admiración por Fidel no conocía límites y hubiera sido capaz de dar su vida por él de ser necesario. Cuando mi Papapa falleció, le hicieron guardia de honor sus compañeros de la Asociación de Combatientes, y colocaron una bandera, y se dijeron cosas muy lindas de aquel hombre sencillo, contador de profesión, que desde su humildísima labor contribuyó con su granito de arena a la construcción de un país nuevo, más justo.
La educación de mis abuelos influyó mucho en que todos sus hijos fueran revolucionarios, ellos conocieron los dos sistemas y siempre supieron detectar la diferencia, reconocer la superioridad que la justicia le otorga a un proceso hecho con todos y para el bien de todos, pensado para los pobres, los abandonados de siempre en el capitalismo…son los humildes los mayores beneficiados de este sistema social y por ende sus principales defensores.
Mis dos tíos maternos, con 14 y 11 años fueron alfabetizadores, mi mamá toda su vida ha lamentado haberse quedado sin participar pues en el 61 solo tenía 5 años. Luego uno de mis tíos se dedicó a la enseñanza de la Física, el otro se hizo médico. El tío maestro cumplió misión en Sao Tomé, el médico lo hizo en el Congo. Mi mamá también eligió el magisterio como profesión, y aunque nunca cumplió misión en el exterior, le tocó una quizás tan difícil como las de sus hermanos: educar nuevas generaciones. Aún lo hace…
Volviendo a mi papá… si su manera de pensar hubiera sido distinta, y mi tía lo hubiera sacado del país… eso habría costado probablemente el divorcio con mi mamá, que se habría negado a irse de Cuba. Yo entonces hubiera crecido sin un padre a mi lado, suplantado su vacío quizás con ropa y juguetes costosos que él me enviaría a modo de consuelo por su ausencia.
En otra versión de la historia, en la que mi mamá hubiera sido diferente y decidiera emigrar junto a su esposo como lo hicieron no pocos en aquella difícil década de los 90, cuando de verdad “la cosa se puso dura” y la gente buscaba la solución a las dificultades económicas más allá de los mares… yo, niña al fin, sería solo otra menor de edad obligada a ir a donde los padres la llevaran.
No hubiera tenido mucho que decidir, me habrían arrastrado a otro país, lejos de Papapa, abuela, mis tíos y amiguitos del barrio y la escuela, sin capacidad de protesta…y hoy sería una cubana más de esas que no conocen la realidad de su Patria, de las que cuando vienen de visita todo le sabe ajeno y enrarecido, conocido y a la vez lejano. Andaría como árbol transplantado, con las raíces al aire…no sería ni de aquí, ni de allá. Sería solo una persona en tierra extraña, tanto en Cuba como fuera de ella. Simplemente no pertenecería a ningún lugar porque esa es la suerte del emigrado…
Nunca les agradeceré lo suficiente a mis padres por haberse quedado en Cuba, por haberme permitido crecer y educarme aquí…Me hicieron así el mejor regalo: la posibilidad de decidir dónde quiero vivir y educar a mis hijos, como mismo lo hicieron ellos cuando les tocó elegir.
Y aquí estoy, a mis casi 29 años. Formando mi hogar y mi familia en la amada Isla que me vió nacer y donde habré de cerrar los ojos cuando me toque el turno del reposo eterno. Al crecer, pude forjarme ideas propias de la realidad que me rodea, me convencí de la justicia del proceso revolucionario más allá de lo que me pudieron enseñar mis padres y abuelos. Creo en el sistema político, económico y social del país en que vivo, y por tanto lo defiendo, lo apoyo y, como tantos otros, lucho por perfeccionarlo, por hacerlo cada vez mejor.
Algún día Alejandrito se hará hombre… él también podrá decidir. Ojalá para ese entonces yo haya sabido inculcarle el amor a su país y, especialmente, el amor a la Revolución que sus bisabuelos, abuelos y padres hicieron para él.
Fuente blog de Rouslyn
Tomado de Visiones desde Cuba