acuñados por Camilo Torres,
-el cura guerrillero de quien este año celebramos el 50 aniversario de su asesinato-,
para recordar hacía quien debemos dirigir nuestra acción política ahora, que tanto se habla de pactos y siempre.
“… Si no logramos dar de comer a la mayoría de los hambrientos -decía Camilo a los cristianos de Bogotá en 1965-, ni vestir a la mayoría de los desnudos, ni enseñar a la mayoría de los que no saben, tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías”
Como dice Martha Lisbeth Alfonso:
“ …más allá del personaje carismático que fue Camilo y más acá de su estigmatización como guerrillero, lo que realmente engendró Camilo fue un estilo de vida y desde éste, una ideología. (…) Camilo nos legó un estilo de vida, una forma ejemplar de ser y de hacer las cosas, una vocación que está caracterizada por el amor al prójimo, por el servicio a los demás, por el trabajo con el pueblo, con los más desfavorecidos y frágiles. (…) La obra de Camilo nos orientó hacia las bases, hacia el trabajo popular, hacia la construcción de poder desde abajo y con urgencia, nos orientó hacia el desarrollo práctico y rápido de procesos de masas, que sumen, que agiten; nos enseñó la política del amor eficaz como acción concreta para para relacionarnos con los demás, desde el ejemplo, desde la respuesta a la necesidad, desde la transformación de aquello insoportable, inadmisible, que no condujera al bienestar del prójimo, a su beneficencia y felicidad.
Y es que el ejemplo de Camilo puede servirnos a muchas personas, colectivos, comunidades y hasta partidos. Y me gusta esa manera de sintetizar que expresa Martha Lisbeth en “Camilo Torres: la unidad entre fe y política como proceso transformador”
Quien sienta dolor por el dolor ajeno,
quien sienta la necesidad de actuar en todo momento,
quien se piense herramientas creativas para articularse a los movimientos, a las organizaciones, a los procesos,
quien sufra el activismo como devoción,
quien crea necesario sumar con todos y con todas,
quien escriba y dialogue de manera abierta y amplia, sin miedos, como método afectivo de conquista,
quien construya más allá de las tiranas estructuras,
quien construya desde la mística y la simbología,
quien guste del barrio y del pobre,
quien se obsesione por el poder desde abajo y desde todos los rincones y
quien sienta amor y fe en esta causa por la transformación de lo que tenemos y hacia lo que soñamos, más que razón y confianza en las teorías y métodos para lograrlo,
es un camilista y tiene que ponerse a orar desde adentro y a actuar afuera
“porque la lucha es larga, comencemos ya”.
A lo que sólo bastaría decir AMÉN,
o en términos laicos más actuales, SI SE PUEDE.
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