Relaciones homosexuales entre hombres y también entre mujeres son criminalizadas en Camerún. Desde 1972, el artículo 347 del Código Penal castiga “crímenes de homosexualidad” con más de cinco años de cárcel y multa que varía entre 20.000 y 200.000 francos. El país permaneció callado sobre esta temática hasta mayo de 2005, cuando el encarcelamiento de 11 hombres sospechosos de sodomía en un bar se convirtió en noticia en la red nacional de televisión. En enero de 2006, el semanario local Les Nouvelles d'Afrique publicó una “lista de homosexuales de Camerún”, lo que fue seguido por otros tabloides. Los hombres apuntados en la lista, acusaba el periódico, eran un peligro para la sociedad debido a su orientación sexual.En entrevista concedida en la época de publicación de la lista, el presidente Paul Biya dijo que la vida privada de los ciudadanos les incumbía sólo a ellos. “Este es un asunto privado y las personas deberían respetar eso”, dijo Biya, quien mantuvo relaciones cercanas con Francia, país que colonizó a Camerún. Sin embargo, de acuerdo con los informes divulgados por organizaciones locales de derechos humanos, en los últimos siete años decenas de personas fueron detenidas y enviadas a prisión acusadas de contacto homosexual. En sus argumentos, los promotores públicos plantearon la cuestión de las identidades homosexuales como un elemento importado de occidente e instrumento de desestabilización política.
El frenesí mediático sobre los nombres de los supuestos homosexuales, presentados bajo la forma de lista ‘top 50’, “fue tan divulgado en los medios de comunicación que el gobierno fue obligado a adoptar una postura. Camerún fue el primer país en África Subsahariana en formar parte de una histeria nacional con relación a la homosexualidad. Antes de 2005, no hubo en el país ningún caso posterior a la independencia de una campaña nacional de caza a homosexuales, fuesen ellos presuntos o reales”, recuerda S.N. Nyeck, doctoranda del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de California Los Ángeles (UCLA).
Muchos observadores de las políticas sexuales contemporáneas en la África poscolonial concordarían con Nyeck, que afirma que “en Camerún, el discurso público respecto de los gays está directamente relacionado con ideas nacionalistas sobre el colonialismo. Las personas dicen que la homosexualidad es algo malo, traído por el hombre blanco. Lo que es interesante, sin embargo, es que rechazando la homosexualidad y vinculándola al colonialismo, las personas están en verdad protestando contra el gobierno y contra quienes están en el poder, por venderse a la influencia neocolonial. Mientras que en Camerún teorías conspiratorias asocian la homosexualidad a la corrupción en el gobierno, en Uganda la campaña contra los homosexuales ha sido usada como estrategia demagógica de aliados del gobierno en busca de apoyo popular. Esta distinción es muy importante para entender la doble protesta en el discurso político contra la homosexualidad en Camerún. La opinión pública no está solamente contra la homosexualidad. Está contra instituciones de gobierno percibidas como corruptas, que intentarían imponer la homosexualidad como una norma en el país por medio de sociedades secretas. Estos argumentos han circulado en Camerún por décadas, pero obviamente son infundados”, observa ella.
Nyeck argumenta incluso que, en África, esfuerzos de lucha basados en modelos occidentales sobre cómo debe operar el Estado, o cómo los derechos sexuales y reproductivos de la población deben ser alcanzados, son fallidos. Las estrategias requieren ser adaptadas, reconociendo la imperfección en todos los niveles: gobierno imperfecto, sociedad civil imperfecta, relacionamientos imperfectos y políticas imperfectas.
“La imperfección encontrada en las instituciones gubernamentales puede revelar espacios en los cuales un proceso de aprendizaje interactivo pueda surgir, permitiendo que defensores de los derechos sexuales adecúen sus estrategias a los contextos locales de forma creativa. Además, esos espacios ofrecen una oportunidad para analizar suposiciones relacionadas con la autoridad y el control del gobierno en el contexto africano”, dice Nyeck, resumiendo una crítica formulada en un artículo de su autoría presentado en un encuentro del Sexuality Policy Watch en Río de Janeiro en octubre. S.N. Nyeck está a favor de una movilización en torno a un “debate real”sobre sexualidad en África. “Ese debate debe realizarse. Pero no puede llevarse acabo sin la participación de la sociedad en todos los niveles, incluyendo el gobierno. Y el debate no va a ocurrir si las estrategias siguen siendo solitarias y divergentes, guiadas por donantes internacionales y sin tener en cuenta la seguridad de las personas involucradas, cuyas necesidades deben ser debidamente comprendidas. Si usted mira a la sociedad como un grupo de homofóbicos, ¿qué va a hacer? ¿Qué beneficios traería el cambio en la ley?”, cuestiona ella. Esa no es una tarea fácil:“Usted va a encontrar personas que le tiran la puerta en su cara y algunos pueden querer matarlo, pero también habrá personas que dirán: - ¿Sabe qué? Tal vez yo aprenda algo”, afirma.
Nyeck advierte que el discurso global sobre los derechos sexuales tiende a inflamar conflictos, al enmarcarlos en términos binarios entre individuos LGBTQI desempoderados y Estados poderosos. Sin embargo, un Estado puede ser débil y algunos actores de la sociedad civil a menudo se involucran en la promoción de violaciones de los derechos de las minorías sexuales. En opinión de ella, es importante que los analistas presten atención al papel que las instituciones del Estado y las políticas públicas desempeñan en la promoción de violencia contra minorías. El trabajo, no obstante, no para ahí. Las lógicas transnacionales y locales de activismo por los derechos humanos también deben ser analizadas, ya que a veces involucran prácticas autoritarias y supuestos paternalistas que las vuelven insensibles a la delicada manufactura de la política local.“Un ejercicio de lucha fundamentado y matizado equilibra las verdaderas necesidades de los ciudadanos queer de un determinado país ante las necesidades políticas concretas de los actores gubernamentales. El activismo a favor de los derechos sexuales exige la comprensión de la naturaleza paradójica de las disputas políticas africanas. En África, el mismo poder estatal hiere y cura”, afirma Nyeck.
En 2006, cuando la lista de homosexuales salió a la luz y muchas personas fueron presas, Nyeck estaba trabajando en la edición de un video educativo sobre derechos sexuales en Camerún, que fue posteriormente exhibidos en Swarthmore College. A través de su equipo de investigación, ella remitió dos preguntas a las personas después de la publicación en los medios de la lista de presuntos homosexuales. Las cuestiones eran ¿Qué cree usted que se debe hacer con los homosexuales, frente al debate actual? y ¿si esa persona fuese su papá, su mamá, su hermana?“A la primera pregunta, la mayoría respondió diciendo ‘matarlas’, ‘eso es muy malo, eso significa que el mundo se va a acabar’, ‘Jesús no quiere eso’, etc.”, recuerda ella. Pero ante la segunda pregunta, afirma Nyeck, las respuestas fueron más matizadas.“La mayoría respondió: ‘si fuese mi mamá, mi hermano o mi hermana, yo hablaría con ellos’. La discrepancia entre esas dos reacciones sugiere que en la medida en que el tema es más distante del entrevistado, mayor la propensión de las personas a defender un juicio más severo. Traer el tema para el terreno familiar no evita ese juzgamiento, pero disuade claramente el uso de la violencia en el tratamiento de la cuestión. De esta manera, es empíricamente incorrecto clasificar el país entero como homofóbico. Deben hacerse distinciones entre la politización de la homofobia y la genuina discordancia social sobre el tema de la homosexualidad, que sigue siendo entendida de forma imperfecta en África”, concluye Nyeck.
Fuente: Clam