Resulta que, por primera vez en los últimos doce años -desde al menos el año 2000-, el consumo superó a las rentas, lo que significa que se gasta más de lo que se gana y, por tanto, no sólo no se ahorra (¿quién puede ahorrar en estos tiempos?), sino que se echa mano de los créditos o de los ahorrillos escondidos bajo el colchón. Una conducta comprensible por cuanto las familias podrán viajar menos, pero tienen que sobrevivir a las penurias de la actualidad gracias al endeudamiento que todavía les es posible. No es de extrañar, en esta situación, que los que tenían posibilidad de ahorros, ahorren menos, pero los que tiraban para adelante con deudas, sigan endeudándose aún más, a pesar de lo cual el poder de compra de los ciudadanos, en su conjunto, ha descendido un 1,3 por ciento en un año.
En este contexto, produce grima escuchar al ministro Guindos anunciar “esfuerzos adicionales”, y al presidente Rajoy decir que apretará el acelerador de unas “reformas” que –léanse bien: recortes, bajadas de sueldos y más impuestos- no son para socorrer a los ciudadanos, sino por ayudar a esa banca para la que se ha solicitado el millonario rescate a Bruselas. Y para justificar esta dura política de “austeridad”, se sigue aduciendo el vivir por encima de las posibilidades de los españoles, a quienes se les recortan rentas y se le eliminan derechos conquistados con sangre, sudor y lágrimas, aunque, por lo que desvelan las estadísticas, de manera inútil: seguimos viviendo por encima de nuestras posibilidades. ¿Qué querrán, que nos dejemos morir de inanición