Es curioso como son de distintos los niños desde que son bebés, desde el mismo momento en que nacen diría yo, y como influye eso en nuestra experiencia como madres...
Muchas veces he oído hablar de niños que tienen mamitis y de lo agobiante que puede llegar a ser. Reconozco que siempre que lo leo o me lo cuentan o lo veo he sentido cierta envidia, cierto escozor. Porque mi niño tan pronto tuvo un mínimo de movilidad, pongamos a partir de los 3-4 meses, dejó bien claro que él quería espacio para hacer la croqueta, espanzurrarse en la cuna, reptar y, en definitiva, explorar el mundo. Mi hijo, desde que nació, ha sido un explorador nato: con los ojos bien abiertos, durmiendo poquísimo, mirándolo todo y, en cuanto tuvo ocasión, moviéndose, tocando, metiéndose las cosas a la boca... Vamos, que tan pronto dejó de ser un recién nacido perdió todo el interés por mi (por las personas, en general) y se centró en descubrir el mundo.
Yo lo he llevado con filosofía, no queda otra, ¡a los hijos se los quiere como son!. En todos estos meses me he tenido que privar con mucha pena del placer de tener a mi hijo en brazos porque a los 20 segundos empezaba a hacer la culebra, incluso dándose cabezazos contra mi, para que le soltara y le dejara en el suelo. Cero mimos y una frustración a veces dolorosa.
En el fondo de mi corazón yo sabía que llegaría un momento donde volvería a mi. Tengo claro que mi hijo es más que probable que no sea un niño empalagoso, pero no he visto ningún niño que no de besitos y abrazos a su madre, era cuestión de tiempo.
Así llegaron sus 11 meses y en cuestión de días empezó a prestarme más atención, a sostenerme la mirada mucho más tiempo, a concentrarse en mis tonterías, a sonreír con las cosas que le digo. Me di cuenta que empezaba a pedirme que le cogiera en brazos y se quedaba allí tan contento. A veces le sentaba en el sofá conmigo y se iba pegando a mi hasta que acaba sentado encima, tan feliz. Si estaba de pie, se levantaba y me tiraba de los pantalones para que le aupara y le achuchara. Le cogía en brazos y se acurrucaba en mi pecho, ¡por fin!. ¡Hasta algún besito baboso me ha dado!. Ya me imagino que para muchos que me lean no les parecerá nada del otro mundo, pero es que nosotros no habíamos tenido esa experiencia aún y es maravillosa.
Desde que el día 4 empezó con la fiebre alta y lo malito que ha estado, estamos inmersos en una mamitis total. ¡Qué felicidad!. Hemos tenido días, los que más malito ha estado, que no le he soltado ni un sólo minuto, horas y horas con él en brazos, o sentado encima, o acurrucado contra mí, o durmiendo en mis brazos por primera vez en meses. Decir que estoy encantada es poco, siento un segundo enamoramiento, como si acabáramos de descubrirnos como madre e hijo.
A día de hoy, que ya está mucho mejor, sigue igual de mimoso así que espero que ya se quede así para siempre o vaya a más porque estoy pletórica, si él tiene mamitis ¡yo tengo hijitis!. Ay, hijo, ¡cuánto nos vamos a achuchar si tu quieres!...