¿Por qué decimos que Cantabria es infinita?

Por Pili_hb @albergue

Nuestra amiga Cristina, de Viaja en mi mochila, nos habla en este artículo sobre los encantos de su tierra natal: Cantabria. ¡No te lo pierdas! Sigue sus aventuras viajeras también en Twitter.

Entre la preciosa costa de Asturias y los archiconocidos pintxos del País Vasco se extiende un territorio verde donde los haya al que sus habitantes se refieren cariñosamente como “la tierruca”. Cantabria es preciosa y, como reza su más famoso eslogan promocional, infinita. O casi, ¡porque no será por planes en esta bonita región costera!

Santander puede presumir y presume de ser de las pocas capitales de España en las que por la mañana uno puede estar esquiando y por la tarde haciendo surf. Es lo que tiene estar bañada por el mar y, a la vez, a una horita larga de la estación de Alto Campoo. Y llega la noche, se encienden los sueños y corre la cerveza por el cada vez más concurrido barrio del Río de la Pila.

Pero no solo de ciudades vive el hombre. De hecho, aunque la belleza de las playas y la bahía de Santander es indiscutible, no poco encanto guardan los pueblos cántabros, tanto los de la costa como los del interior. En la zona oriental uno puede elegir entre calas casi secretas como la de San Julián en Liendo, caprichosos arenales como los de Cuberris en Ajo, o siete kilómetros de arena fina como los de la Salvé de Laredo.

¿Que uno es más de río? Siempre puede tirar Asón arriba, ya sea para hacer una ruta hasta la cascada en la que nace, para descenderlo en piragua, o para encaramarse a su valle y escalar una de sus vías ferratas, sobre su cauce o muy cerquita. Es esta por cierto una zona rica en cuevas así que si lo que andas buscando es un poco de espeleo prueba a adentrarte en Coventosa, una cavidad que según sus guías “es a la espeleología lo que el Mont Blanc al alpinismo”.

También puede ser que prefieras descubrir Cantabria por su lado occidental. Quizá entre la empedrada Santillana, a tiro de piedra de la neocueva de Altamira, y la azul Comillas donde el señor Gaudí tuvo a bien dejar una joya arquitectónica que lleva por nombre El Capricho. ¿Y si te da por conducir dirección oeste? Llegarás hasta la coqueta San Vicente de la Barquera, como dice la canción “más bonita que ninguna de las villas marineras”, aunque seguro que el resto de villas tiene algo que decir al respecto.

A veces esta región mitad montañosa mitad costera puede ser un terreno de contrastes, cuando hay suerte de sol, cuando no hay tanta de lluvia. En la misma jornada uno puede adentrarse en las profundidades de la cueva de El Soplao y maravillarse con las miles de impolutas estalactitas excéntricas que crecen dentro desafiando las leyes de la gravedad, e intentar subir a tocar el cielo a los Picos de Europa gracias al teleférico de Fuente De que salva una distancia de 753 metros en poco más de dos minutos. ¡Ahí es nada! En un abrir y cerrar de ojos te plantas a 1.600 metros de altura muchas veces para descubrir que, aunque el tiempo acompañe, arriba está nevado.

¿Un secreto? Que no todo tiene que ser bañarse en el mar que, para los más flojos, puede resultar un poco frío. En pleno cauce del Deva, en mitad del impresionante desfiladero de la Hermida, hay unas pozas de aguas termales donde relajarse bien caliente pues sus aguas, si no me equivoco, están a bastante más de 30 grados. Eso sí, ¡no te salgas de esta parte del río que el resto no está tan caliente!

Aunque si lo que quieres son emociones fuertes apuesta por la Visita Salvaje al Parque de la Naturaleza de Cabárceno. No te saldrá barata pero, ¿quién dijo que adentrarse en el recinto de los osos pardos en un Land Rover, dar de comer a las jirafas y acariciar a un rinoceronte fuera a ser barato? Si tienes la oportunidad no te la pierdas porque es una experiencia única que en ningún otro sitio puedes vivir. No miento si digo que merece mucho la pena.

Tómate un orujo en Potes, unas anchoas en Santoña, o unas rabas en Suances. Visita Torrelavega, capital del Besaya, acércate hasta el Palacio de La Magdalena, o ve en busca de la fugaz playa de Covachos. Déjate llevar y sorprender por mi tierra (¿se ha notado?) y, sobre todo, empieza a entender por qué decimos tanto y con la boca bien grande eso de que Cantabria es infinita.

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