“Si no hay muérdago, no hay suerte”. El muérdago es otro de los muchos amuletos que se colocan en nuestros hogares durante estas fechas para protegerlos y procurar la felicidad. Así, el muérdago se cuelga en los marcos de puertas y ventanas para atraer la buena suerte. Cuando adherimos una hoja de muérdago en el envoltorio de un regalo, le estamos deseando nuestro mejores deseos al destinatario del paquete.
Muchas veces, el muérdago se cuelga también del techo, hecho que procede de una antiquísima tradición según la cual si una muchacha soltera recibe un beso bajo esta planta el día de Nochebuena, se casará el año siguiente. Si se trata de una mujer ya casada, se quedará embarazada. En la Antigüedad, el muérdago era considerado una planta sagrada, no sólo en Europa, sino también en regiones de África y Asia, donde lo interpretaban como un “regalo divino” estacional.
También hay que buscar los orígenes de esta tradición (que se generalizó a principios del siglo XX), en la cultura celta. Los druidas, durante el solsticio de invierno, acudían al bosque en busca de la planta “que estaba suspendida entre el cielo y la tierra” (el muérdago, incapaz de enraizar en la tierra, crece sobre otras plantas). Así, la Modra Necht era una ceremonia en la que se recogía el muérdago, los druidas trazaban un círculo en el suelo, tocaban el cuerno y preguntaban si habría paz en los países celtas. Después, con una hoz de oro, se cortaba un ramillete de muérdago de forma que esta planta, que bajo ninguna circunstancia podía tocar el suelo, pues perdería sus propiedades sagradas, caía sobre un retal de lino sostenido por cuatro mujeres. Según palabras de Plinio, los druidas consideraban el muérdago como un símbolo de inmortalidad, vigor y regeneración física.
Hoy en día, todavía quedan en países como Francia, Gran Bretaña y Escandinavia, sociedades que celebran la noche del 21 de diciembre (solsticio de invierno).
En España, el ritual del “ramo de la suerte” se realizó desde muy antiguo y consistía en intercambiar con los amigos ramos de muérdago en Navidad o Año Nuevo, ofreciéndoles así, los mejores deseos. En zonas rurales se le adjudicaron propiedades curativas y regeneradoras y se le consideró como portador de la felicidad. Así, lo colocaban en la puerta de las casas y establos para protegerse contra desastres y enfermedades del ganado.
Popularmente se le achacaban también poderes curativos contra la epilepsia, enfermedades infantiles o esterilidad. De ahí, la tradición tan extendida en Austria de colocar el muérdago bajo la puerta para evitar que “entrasen” las pesadillas.
Por lo tanto, cuando adornamos nuestra casa con muérdago, estamos haciendo referencia a la súplica primigenia que el ser humano, desde tiempos muy remotos, hacía al cielo, al que pedía protección, prosperidad y felicidad.
Foto vía: Daniel Sapag
Publiqué este artículo por primera vez el 21/12/2012 en el blog MagiaMania