Por Ileana Medina Hernández
"He experimentado de todo, y aseguro que nada es mejor que estar en los brazos de alguien que amas".
John Lennon
Estivill lanza nueva edición de su famoso librito-manual y hace declaraciones tan estúpidas como esta: "los fetos ya duermen solos en la tripa de la madre", lo cual no sólo es una frase repugnante, sino que es lógica y matemáticamente imposible: nunca un bebé está más acompañado que cuando está en el útero de su madre, de hecho todas las mitologías aluden a la vida intrauterina como "el paraíso perdido".
Por otro lado si ya los niños nacen sabiendo dormir (lo que es cierto, dormir acompañados) ¿para qué harían falta entonces métodos como el suyo? Los trucos retóricos que este hombre inventa para intentar sustentar científicamente lo insustentable, si no fuera por lo peligrosos que son, darían risa.
"No he visto nunca a ninguna madre embarazada que tenga que mover la barriga arriba y abajo para que el niño se duerma", como si los movimientos de la madre no fueran permanentes para el bebé intrauterino. Es increíble al grado de aberración al que llega para aparentar que explica científicamente algo, demagogia sólo comparable a los discursos nazis cuando intentaban justificar la eugenesia. Es muy peligroso cuando la ciencia se desvincula de toda emoción y matiz humano, y esto es lo que hace este hombre con rostro de máscara.
Lo peor no es que un tipo como Estivill utilice su titulación y supuesto prestigio como pediatra y neurofisiólogo para firmar y vender libros como este, sino que estas ideologías encuentren seguidores, se vendan y triunfen entre un sector importante de la sociedad.
La pregunta que hay que hacer no es entonces por qué Estivill, un tipo seco y sin escrúpulos como los que abundan en nuestros ministerios, dice lo que dice (aunque también tengo mi hipótesis), sino por qué tiene adeptos, por qué encuentra caldo de cultivo entre muchas familias.
Como él tiene espacios en los grandes medios de comunicación, en las grandes librerías y hasta en los aeropuertos, las voces humildes de los blogs son hoy más necesarias que nunca para contrarrestar la fuerza de tanta desinformación.
Voy a intentar desglosar la explicación en varios factores, aunque todos están interrelacionados entre sí.
1.-La ignorancia (y el desprecio) sobre nuestra condición mamífera y salvaje
Sueño feliz
(foto cedida por una lectora)
La evidencia de que el ser humano es un primate, un mamífero, es algo que -ahora parece asombroso- se ha negado sistemáticamente durante milenios de civilización.
Desde la cosmogonía bíblica pero también desde la científica- racional, se ha hecho hincapié en aquello que nos separa de la naturaleza y del resto del reino animal, del continuum de la vida. Una supuesta "superioridad" que hoy parece pretenciosa y absurda, además de totalmente infundada.
Se ha querido ver en la cultura, la razón, la mente, el intelecto, la memoria, el neocórtex... una ruptura con las leyes naturales, un abismo infranqueable, un eslabón perdido, un salto al vacío que se traduce también en otras separaciones características del pensamiento y la acción humanos hasta hoy: la separación mente/cuerpo, el pensamiento binario, el patriarcado, la guerra y la dominación de unos seres humanos sobre otros.
Sin embargo, hoy estamos en disposición de saber, y la propia ciencia es cada vez más clara al respecto, que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa del resto del reino animal (hasta el 98% de genes compartidos); que la ruptura con la naturaleza que se produjo en los albores de nuestra civilización está poniendo en peligro la vida en todo el planeta; y que hay aspectos evolutivos, neurofisiológicos, bioquímicos, hormonales y psicológicos que nos preparan para amar y vivir en armonía unos con otros y con el resto del reino natural.
Abrazar el continuum de la vida nos hace mejores, y nos permite salvarnos y salvar la vida en la Tierra.
Los cachorros humanos, como el resto de cachorros mamíferos, necesitan mamar y dormir en manada cuando son pequeños: sentirse protegidos, acompañados y sostenidos por su manada durante los primeros meses y años de vida.
Nacemos igual de desamparados que lo hemos hecho durante millones de años de evolución y cada bebé que nace espera estar donde mismo han estado todos sus antecesores: ser alimentado a la teta y permanecer en el regazo de la madre. El humano aún más, ya que debido a su gran cerebro, nace inmaduro.
Los bebés y niños se despiertan de noche porque necesitan cerciorarse de que las personas que les cuidan y les quieren están cerca. Es un mecanismo de supervivencia, no un trastorno.
Hay algo que a menudo olvidamos: "la noche es la mitad de la vida", dijo Goethe. Y la forma en que vivimos esa mitad de la vida, importa y mucho. Cuando somos bebés y niños pequeños, y nuestro cerebro y sistema emocional está en formación, importa mucho más, porque de esa seguridad, dependerá todo el futuro de nuestras noches.
A los adultos nos gusta dormir acompañados. ¡A los niños con más razón!
2.- La "vida de pareja"
Cada vez que se trata un tema de estos en algún blog o periódico on-line de gran lectura, siempre hay algún comentario de lectores (ay, los comentarios de lectores de periódicos generalistas, qué buen material sociológico para estudiar a la humanidad) que se pregunta: ¿y qué pasa con las relaciones de pareja si el niño duerme con los padres?
Otro médicosaurio de la misma basca que Estivill dice cosas como estas:
"Hay casos en que es tan descarada la introducción del niño en la propia cama marital, porque ambos progenitores (o uno de ellos) desean fervientemente que el hijo duerma en ella. ¿Cómo interpretar esta decisión? Ya lo he dejado escrito en varios de mis libros (especialmente en el último, Tenemos que educar, en el que dedico un amplio capítulo a la educación del sueño infantil) y lo vuelvo a decir aquí: es un claro pretexto para evitar el cumplimiento de las relaciones sexuales. Y voy aún más lejos, porque así me lo demuestra la experiencia: puede ser un signo de que el matrimonio está en vías de ruptura." (Dr. Castells, Paulino: No en la cama de los papás, la negrita es mía).
Vaya argumento "científico" para desaconsejar que los niños duerman con los padres.
Es evidente que detrás de la defensa de que el niño se vaya a dormir solo a una habitación, en muchas actitudes pro-Estivill y también anti-teta, lo que transparenta en el fondo es la idea de que la mujer-madre no puede dedicarse al bebé (amamantarlo, dormir con él), porque deja de dedicarse al marido. O sea, el trasfondo inconsciente que hay detrás es el de una competencia entre el bebé y el padre, que divide a la mujer que debe "cumplir", "prestar sus servicios" (su cuerpo) a uno o a otro.
En patriarcas desfasados, esto no me extraña. Pero lo curioso es que se cuela también en algunos discursos pretendidamente feministas, que ven "esclavitud" en la dedicación de la madre a los niños, pero "liberación" en la voluntad de "conservar la pareja", al precio de ajustarnos a sus deseos y expectativas.
Una frase analizada por Jesusa Ricoy en este artículo, es muy elocuente al respecto. Gloria H, psicóloga y hasta experta en temas de "espiritualidad", lanza en una columna de El País (colombiano) algo como esto: "¿Han escuchado acaso el dolor de esa mujer madre cuando dice que su marido ya no la busca porque ‘huele a leche’? ¿Para ese chiquito lo más importante será ‘haber sido alimentado por mamá’ pagando el precio de que sus padres se distancien? ¿Han trabajado su sentimiento de culpa porque debe irse a trabajar y el pediatra de su hijo la regaña pues no le da suficiente pecho? ¿O se queda en casa por alimentar y que ‘fluyan’ los problemas económicos? Tener un hijo no puede convertirse en una esclavitud donde la cultura patriarcal la ‘obliga’ a olvidarse de sí misma para que su hijo ‘la use’ cada que se le antoje. La lactancia impuesta es, psicológicamente, uno de los factores que más rechazo causa porque la maternidad vuelve a ser la cadena con la que se ‘detiene’ el mundo femenino. ¡Un hijo no puede ‘secuestrar’ a su madre a través de la lactancia!"
Quedan pocas esperanzas cuando en un discurso aparentemente feminista, y pretendidamente "transpersonal" o "espiritual" se dicen cosas como estas. Así que si el macho te rechaza porque "hueles a leche", eres una mujer liberada. Si das la teta, estás "secuestrada" por tu hijo.
Detrás de esto también subyace también la persistente visión (¿cristiana?) de la maternidad como "sacrificio": si la maternidad se viera -y se viviera- como un placer (tal como hoy vemos las relaciones sexuales coitales, que hasta hace muy poco tiempo también fueron consideradas un "servicio" al macho), la maternidad como una fase más de la sexualidad femenina, una etapa regulada por las mismas hormonas de la sexualidad (oxitocina, prolactina, neurotransmisores del placer...), tal vez no se cuestionaría su interferencia con la libertad individual.
Acompañar a nuestros hijos a dormir es un placer cuando el padre así mismo está dispuesto a acompañar a sus cachorros. Como he dicho en otras partes, se necesita de un padre menos machista, más sostenedor y participativo en la crianza, más generoso, para dar la teta a demanda, para practicar el colecho y para criar con apego, que para criar con biberones y enviar a los bebés a otra habitación.
(Por cierto, la sexualidad coital de la pareja puede coexistir sin problemas con la lactancia y el colecho si ambos miembros de la pareja así lo desean, para tips prácticos, leer aquí).
3.- Las sombras del incesto y el crimen
Otro aspecto inconsciente que pudiera influir en el temor a compartir cama o habitación con los niños, es el tema del incesto.
Muchísimas personas (se habla de uno de cada cinco, uno de cada tres...) han sido abusadas sexualmente en su propia infancia, por adultos de su propia familia en la gran mayoría de los casos. Algunos lo olvidan si ocurrió cuando eran muy pequeños, pero la experiencia emocional permanece en su subconsciente, en sus miedos y en sus fobias.
No me extrañaría nada que detrás de esa fobia a que los niños duerman con sus padres pueda haber antecedentes de abusos sexuales en la propia infancia.
Hay que aclarar que el colecho es una opción segura cuando es practicada por padres y madres conscientes y maduros. Tal como explica el científico James McKenna: "para poder definir un entorno físico y social de sueño compartido como seguro, hace falta la implicación de una persona activa y motivada que ha escogido practicarlo específicamente para cuidar, nutrir y estar próxima a la criatura, con el fin de cuidarla o de protegerla."
El colecho no está estadísticamente relacionado con muertes por asfixia ni con muertes súbitas, y es muy posible que a lo largo de la historia haya ocurrido justo lo contrario: que se haya utilizado la coartada de la muerte accidental por asfixia, para encubrir infanticidios premeditados.
En su premiado libro Las Semillas de la Violencia, el psiquiatra Luis Rojas Marcos cita un estudio indicando que, en el siglo XIX, hasta un tercio de los niños eran abandonados o asesinados por sus propios padres en Europa. MacKenna también explica que "el miedo exagerado de asfixiar al bebé durmiendo con él, pudiera estar, en parte, unido a la historia de la cultura occidental. Durante los últimos 500 años, numerosas madres muy pobres de París, Bruselas, Munich, Londres (por no citar más que algunas ciudades) reconocían en confesión a los sacerdotes católicos, que habían matado a su bebé, tumbándose encima de él, con el fin de limitar el número de hijos/as. Los sacerdotes reaccionaron con la excomunión, con sanciones y prisión, y también prohibiendo que la criatura durmiera en la cama de la madre y del padre."
4.- La falta de conciliación
Otro argumento habitualmente esgrimido por muchas personas es "que necesito dormir porque mañana tengo que trabajar". Los niños se despiertan naturalmente de noche, y las madres y los padres necesitamos descansar para trabajar al día siguiente.
Bien, parece un argumento incontestable. Muchas parejas encontramos que logramos dormir bien también acompañadas por los niños, los niños al sentirse acompañados se despiertan menos, o si se despiertan se vuelven a dormir con solo sentir el calor corporal de los progenitores al lado, muchas veces incluso maman y ni nos enteramos.
Otra solución podría pasar también por aumentar la comprensión social sobre los requerimientos de la maternidad y la paternidad, y priorizar la crianza de los niños sobre el rendimiento laboral. No somos seres unidimensionales que debemos supeditar todo al trabajo. La crianza amorosa de los niños podría ser una prioridad para la sociedad ¿o suena extremadamente utópico?
Podríamos empezar a ver como algo lógico y natural padres que un día lleguen tarde porque sus hijos han tenido una mala noche, que llevemos con nosotros los niños al trabajo, que podamos flexibilizar los horarios, trabajar por resultados y no por horarios, erradicar el presencialismo, aumentar las bajas maternales y paternales... Quizás descubramos que así somos más productivos y sobre todo más felices, y no al revés.
Podríamos también empezar a medir el bienestar por la felicidad de todos y no por la productividad, podríamos empezar a visibilizar la vida privada, las noches, las crianzas y las tetadas... como algo importante y prioritario, y hacernos por fin más humanos.
5.- La riqueza material: la habitación propia, los cacharros, el consumo.
A lo largo de la evolución, la prehistoria y la historia humanas, nunca ha habido una habitación para cada niño. Si compartir habitación hubiera sido un impedimento para las relaciones sexuales de la pareja, o un problema psicológico para los niños, ya nos hubiéramos extinguido.
La moda de decorar una habitación expresamente para el bebé es exclusiva de las clases medias y altas de Occidente. Pero los bebés no saben que ahí estarán bien y seguros, se sienten solos, tienen miedo, sufren y esperan estar donde siempre estuvieron, en el calor y el regazo de los humanos que le gestaron.
Las clases altas habitualmente han delegado la crianza en criadas, nodrizas y cuidadoras, muchas de las cuales ellas mismas -las más amorosas- dormían con los niños. Cuando la clase media accedió a algunas de las posibilidades que antes eran solo privativas de las clases altas (las cuales se consideran signos de status social), hemos querido copiar todo lo que ellas hacían. Incluido el modelo de crianza desapegada y subrogada. Nos autoengañamos diciendo que criar así es "ventajoso para los bebés y niños", cuando realmente es ventajoso para que la vida de los adultos no se cambie ni altere con la crianza. Disfrazamos así el egoísmo de altruismo.
Como es lógico, la sociedad de consumo fomenta continuamente la compra/venta de artefactos que sustituyen la presencia maternal: habitaciones individuales, cunas, ositos de peluche, luces y juguetes móviles y musicales, chupetes, etc... Pero justo ahí comienza y se reproduce la deshumanización y la desconexión emocional: sustituyendo el abrazo materno, el contacto físico y el calor corporal, por sucedáneos de plástico. Haciéndole creer al niño que sus deseos y necesidades no son legítimos ni tienen valor. Ignorando su llanto y sus demandas. Dándole "razones" para que deje de sentir.
6.- La desconexión con nuestra propia infancia
Conozco parejas muy 'progres', muy solidarias, muy ecológicas y en general muy buenas personas, que han estivillizado a sus propios hijos. Totalmente inconscientes de que la primera ética, la primera solidaridad y la primera ecología es la ecología de los cachorros mamíferos humanos: la del amor, la empatía y la compañía.
La frase de John Lennon que encabeza este artículo seguro que sería suscrita por casi todo el mundo, sin embargo no la aplicamos a los niños.
Muchísima gente avanzada en temas de psicología, espiritualidad, ecología, feminismo, etc... sigue sin embargo pensando que los niños tienen que estar solos. ¿Por qué persiste aún ese último tabú? ¿Será acaso porque es la piedra filosofal que sostiene todo el tinglado social?
¿O porque para verlo tendríamos que recorrer el camino que nos lleva hasta nuestra propia infancia? A dejar de creer que lo que nuestros padres hicieron con nosotros "fue lo mejor", a reconocernos en el niño que fuimos, a salirnos del discurso que aprendimos como correcto y volvernos a rehacer? Como dice Carlos González, quizás nunca hemos sido padres, pero todos hemos sido niños.
¿En qué momento se metió en nuestra cabeza cosas como que "un cachete a tiempo viene bien", "tienen que ser indepedientes desde la cuna", etc.? ¿En qué momento dejamos de poder ponernos en el lugar de los niños? Cuando se silenciaron los deseos y los sentimientos de la niña o el niño que fuimos, y en su lugar se suplantó el discurso de los adultos que nos rodearon.
Comprendo y empatizo pues con todos las familias que aplican el método Estivill. Como a mí, les falta aún mucho camino emocional por recorrer. Lo que no acepto jamás es que dicho método se venda como científico ni se sustente por las autoridades (médicas, legales, profesionales...) que deberían proteger a la salud y a la infancia.