El cuerpo y el alma están unidos por un canal de energía. Y esa energía es la que emanamos cuando andamos, hablamos, dormimos y amamos. Es nuestro sello de identidad. Puede ser energía clara y limpia, o energía densa y obstaculizadora.
Yo le digo a mi marido, que algún día encontrarán la forma de hacerla real, porque existe, aunque no lo podamos demostrar. Es una energía que nos puede enfermar y nos puede curar. Nos puede hacer ver luz en la oscuridad y nos hace transformar nuestro mundo si se lo permitimos.
Es una fuerza tan grande que puede modificar, incluso, el mundo físico. He pasado por fallecimientos de seres muy queridos, por enfermedades que a muchas personas las hubiera sumido en una depresión, por periodos de vida complicados. Pero siempre he tratado de sonreír. Nunca me he permitido llorar si no era de alegría. Sé que a muchos les parecerá extraño-llora, que es bueno-me dice siempre mi madre. Pero las únicas veces que he llorado ha sido de emoción. ¿Se pueden tener días negros?, claro que sí; pero no puedes dejar que esa negrura se extienda como una epidemia por tu vida. Porque unos minutos de oscuridad te pueden llevar a toda una vida de desasosiego. Y entonces ¿ qué verás? Verás callejones sin salida en caminos con piedras. Verás monstruos dónde sólo hay ángeles. Verás odio en expresiones de angustia. Y odiarás también, porque tu camino se habrá vuelto tan estrecho que no tendrás otra salida.
Así llegan los radicalismos, el racismo, la xenofobia y demás fobias que no son sino energía mal canalizada.
Yo prefiero, en esta vida, caminar por un amplio sendero, que me permita ver más allá, que me permita dar luz a lo que no lo tiene, que me permita mirar sin juzgar, que me enseñe que el mundo es grande, pero que una sola actitud lo puede cambiar.
En las reuniones familiares, siempre hablamos de la crisis que nos rodea. No hay más remedio, estamos bombardeados por información negativa constantemente. Yo siempre veo una salida, en mi pensamiento y en mi deseo, y es tan fuerte, que creo algún día se cumplirá. Ellos me comentan que no servirán para nada las movilizaciones, ni las protestas, ni las reivindicaciones. Que siempre sale algo mal, porque algunas terminan en violencia que acalla la paz y el gobierno siempre opta por no escuchar. Que los jóvenes no tienen trabajo o este es precario; que la pobreza se está convirtiendo en normalidad. Que las personas enferman con temor a no ser tratadas correctamente o curadas, y que muchos tienen miedo a vivir.
No respetamos las plantas, ni el aire, ni el mar, ni los animales. Todo se utiliza y todo se tira. Creamos basura imposible de que la naturaleza la asimile. Recibimos informaciones, sin cesar, de animales torturados, utilizados y abandonados. Vemos como las personas, a las que una vez les otorgamos el permiso para gobernar, dejan de oír, anulando el camino que los llevo hasta allí y perdiendo la humildad que debe tener el poder.
Observamos como las guerras incomprensibles, anulan los derechos y masacran. Todas en países aparentemente pobres, dónde distraen a la población, matándola de
¿Por qué no podemos comprar un móvil o un ordenador, sin que ello conlleve el abuso de derechos humanos? Es extraño que todos estos dispositivos nos permitan estar más conectados, con un “mundo global”, e informados de todo lo que ocurre y , sin embargo, sepamos tan poco. ¿Para qué los utilizamos entonces?, ¿ dónde se ha quedado nuestra sed de conocimiento? Después nos quejamos que nos invadan aquellos que, inconsciente e indirectamente, hemos explotado.
¿Por qué soy tan positiva?, pregunta mi madre tras escuchar las noticias, por enésima vez. Yo sólo tengo una respuesta: porque no tengo más remedio si quiero vivir en paz y cambiar mi destino.