En casa ya no delego tareas. Tampoco hacemos los dos todo. Con mi esposo, nos movemos más como equipo. Creo que somos distintos. Ambos disfrutamos a nuestros hijos, pero las formas, los momentos y las tareas que nos resultan más amenas y las más pesadas varían. Somos dos personas que traemos nuestro pasado para formar una nueva familia, combinando lo que somos para disfrutar lo que viene.
Con el paso del tiempo, aprendimos a compartir la crianza de los chicos. Cuando digo esto, me refiero a mucho más que hacer una división matemática de tareas, actividades y responsabilidades. Entender que la forma del otro es tan válida como la nuestra y dejar de querer imponer una posición, una metodología o el espíritu fue clave para construir con todo nuestro amor la familia que estamos armando.
Hay momentos en esta vida caótica donde el otro está al mando y creo que lo mejor en ese caso es mantenerse al margen. Siempre hay tiempo para una conversación de a dos, para compartir visiones, sentimientos y experiencias. Aprendí que preguntar los motivos de una determinada acción puede terminar en que eso que no te convencía empiece a ser parte de tu rutina.
Existen momentos en los que prefiero dejar mi opinión para después:
- Si salgo y dejo a los chicos en casa. Ya no opino: que coman, se bañen y hagan la tarea son las actividades que ellos y el padre saben que tienen que hacer. El orden, contenido y forma se los dejo a ellos. ¿Y si no lo hacen? Bueno, aprenderán para la próxima.
- Al pedir un favor: creo en las palabras “por favor”, “gracias” y “de nada”. Creo en que se puede pedir un favor y que respondan que no y sobre todo pienso que cuando se pide algo hay que aceptar que las cosas se hagan de la forma que quiere el otro. Imponer un estilo no se puede, es estresante y no le suma a nadie.
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