Me llegó por correo electrónico. Desde Buenos Aires, claro. No sé quién es su autor, no sé siquiera si el texto está completo. Pero me ha parecido que vale la pena difundirlo… Quién sabe si, después de leerlo, algún indeciso entienda:
¿Por qué es importante ganarle a Macri?
Me preguntaba indignado: ¿nos vamos a conformar con ese premio consuelo? Creo que las “victorias morales” son un consuelo de tontos. O se gana o se pierde: las cosas por su nombre.
Me preguntaba qué confluencia de causas podría haber llegado a un resultado tan insólito: que un servidor de los sectores más ricos y discriminadores pudiera ser votado hasta en comunas de gente pobre y trabajadora. No soy sociólogo para dar una respuesta científica, tal vez ni siquiera exista una… Pienso en algunas que paso a comentar.
Gran parte de la población está recluida sobre sí misma, y sólo interesada en sus asuntos personales. Se aferran a sus posesiones aunque sean modestas, y pretenden desesperadamente diferenciarse de los excluidos. Sí, de esos seres peligrosos, marginales y “delincuentes” (sic.) a los que todos los días aluden las campañas por más “seguridad”. Excluidos para los para los que se pide bajar la edad de la inimputabilidad y más cárceles… en lugar de escuelas y trabajo. ¡Qué temor el de estar un día del otro lado de la línea divisoria!, y cuánto deseo de asegurarse estar entre la parte “sana y principal” de la sociedad, como se decía en los antiguos textos coloniales. Por ello, identificarse, estar en el bando de los ricos pareciera ser una profilaxis de la miseria, aunque sea una ilusión… Abroquelarse, uniformizarse, asegurando el lugar en la colmena, parece ser el modo de sobrevivir, protegido por el orden. El pensamiento creador, la crítica, la inteligencia se viven como una amenaza: son detestables porque no se tienen y finalmente la fuerza de la mediocridad envidiosa los aplasta.
Creo que una causa en el voto a Macri es la desesperanza, la resignación a lo que parece una realidad ya irreversible: la creencia de que no puede, nunca podrá haber una sociedad con valores solidarios, con justicia, con dignidad. Cada uno percibe que está sólo, con su familia (y a veces sin ella). Y de esa percepción individualista y desesperanzada nacen el egoísmo y la mezquindad, la desconfianza y la hostilidad. Así podemos escuchar a diario a quienes despotrican porque en los hospitales de capital se atienden personas que se domicilian en el conurbano, y ¡hasta proponen que deje de atendérselos! Otros claman porque en los hospitales se atienden bolivianos, peruanos y otros extranjeros, “quitándoles” el lugar a los argentinos. Pobres contra pobres. Se nos ha hecho tan familiar el “paisaje” de las personas en situación de calle, se nos ha encallecido tanto la conciencia, que ya ni siquiera miramos para otro lado de vergüenza. ¡Ni hablar de indignarnos por la vida sub humana a que condena esta sociedad a nuestros semejantes!
Tal vez millones de personas anhelan en lo profundo de su espíritu otro tipo de vida social, impregnada de valores humanos, sólo que no lo creen posible ni realizable. Y no creen que programa ni político alguno va a conducirlos a ese cambio. Por eso, se vota al que encarna mejor los antivalores del egoísmo, la mezquindad y la exclusión. Claro que muchos no votan así por desesperanza, sino por asumir firmemente los “principios” de la codicia, desigualdad, discriminación, indiferencia… cuando no crueldad activa.