¿Por qué Jesucristo lleva barba?

Publicado el 07 diciembre 2020 por Tdi @RLIBlog

Mientras Mahoma es descrito en el Corán, su representación está generalmente prohibida. Irónicamente, las representaciones de Jesús de Nazaret están presentes en todo el mundo, aunque la Biblia no lo describe. A pesar de su variedad, la barba es el elemento común de sus imágenes como adulto. Dado que estas apenas han buscado la verosimilitud histórica, ¿por qué prácticamente siempre lleva barba?


Antes que nada, en la red hay dos explicaciones muy similares respecto a la apariencia popular de Jesús. Por una parte, se dice que se basa en César Borgia, quien supuestamente era amante de Leonardo da Vinci. Por otra, que se basaba en Tommaso Cavalieri, supuesto amante de Miguel Ángel. Por los motivos expuestos a continuación, ninguna de las afirmaciones tiene sentido, especialmente la última, ya que la imagen de Jesús más famosa de Miguel Ángel es la de la Capilla Sixtina, donde no tiene barba. Esta imagen fue polémica en la iglesia por su desnudez. En La piedad tiene barba, pero tampoco es muy abundante.

El aspecto de Jesús no fue dictado por la iglesia, que estaba más preocupada por su naturaleza humana y/o divina, rechazando las imágenes del Mesías. Agustín de Hipona escribió en De trinitate (c. 400) que, aunque Jesús fuera solo uno, cada uno lo muestra de una manera, pero que la imagen no es lo importante, sino lo que pensamos de un hombre así.

Los evangelios apócrifos no eran más reveladores, ya que en Hechos de Juan 88-89, mientras están en el mar, el apóstol Santiago lo ve como un niño y Juan como un hombre atractivo y alegre. Sin embargo, cuando llegan a la costa, el primero lo vio como un joven con una barba lampiña, mientras el segundo como un anciano calvo conn barba abundante.

Tanto el joven imberbe como el hombre barbudo eran representaciones comunes de Jesús desde el siglo IV, siendo común que no fueran estandarizadas o que, como persona, fuera indescriptible. Según los Padres de la Iglesia, los cristianos romanos no necesitaban de rasgos reconocibles para adorarlo. De hecho, la iglesia prohibía la adoración de imágenes.


El Cristo helenizante, joven e imberbe, se equiparaba con los dioses Apolo y Dioniso, ajenos al tiempo. Los eruditos lo interpretaban como el logos no encarnado, que precede a la creación y presenta una juventud eterna. Aparece por primera vez en las catacumbas de los Santos Marcelino y Pedro en Roma. En el sarcófago de Junio Baso, del 359, bajo la iglesia de San Pedro en Roma, Jesús aparece en todo momento como un joven sin barba, tanto como prisionero ante Poncio Pilato como Cristo en Majestad en el cielo. El díptico Barberini de la Constantinopla del siglo VI, se le muestra con el pelo rizado y sin barba entre un Sol y una Luna en un clípeo sostenido por ángeles a los flancos. Otros ejemplos de Cristos imberbes son el mosaico de la teofanía en la iglesia de Hosios David en Tesalónica (s. V), en la cúpula del coro de la iglesia de San Vital (c. 540) y la cátedra de Maximiano en Rávena, el ataúd de Brescia (s. IV).


El Cristo histórico, adulto y barbudo, representa a un filósofo, con la barba como símbolo de sabiduría, rango y madurez. Para los eruditos, era el Cristo Salvador, la palabra hecha carne. Se puede ver los primeros ejemplos en las catacumbas de Commodilla (s. IV) o el Museo Nacional Romano. Tanto el Cristo histórico como el helenizante aparecen en todas las formas de arte visual, tanto de Occidente como de Oriente, y con estos aspectos tanto cuando actuaban en la Tierra como en el cielo.


Se ha defendido que esta división mostraba la polémica del siglo IV del arrianismo y los ortodoxos por la que el Hijo proviene y está subordinado al Padre. Por ello, en la iglesia de San Vital de Rávena, la Última Cena marca el punto donde Cristo pasa a tener barba. En las puertas de la basílica de Santa Sabina en Roma, el cambio ocurre desde la negación de Pedro hasta la Ascensión. Sin embargo, por lo general, sus manifestaciones no seguían ningún orden lógico. No obstante, cuando aparece como Buen Pastor, Cristo-Apolo o Cristo-Orfeo-David, carece de barba, pero las imágenes no están relacionadas con los dogmas cristianos.


A partir del siglo VI, en Oriente comienza a predominar la imagen del Cristo con pelo largo y barba fina, aunque durante el segundo reinado de Justiniano II, las monedas lo mostraban sin barba y con pelo rizado y corto, y en el monasterio de Bawit aparece imberbe durante su Ascensión. Por alguna razón, salvo en las regiones más remotas, tras la destrucción de los iconos que propició el cisma de Focio, en el imperio bizantino se representó unánimente a Cristo con barba y pelo largo, oscuro y ondulado, siendo presentado como su verdadero aspecto.

Mientras tanto, en Occidente seguían mostrándose ambas manifestaciones, mostrándose la barba en escenas concretas de una misma obra. Donde sí parecía haber uniformidad era en las representaciones del Sacro Imperio Germánico, dado que Cristo se muestra con barba aunque el emperador no lo haga. La preferencia por el Cristo histórico comenzó en el siglo XII, cuando en las rutas, los peregrinos necesitaban reconocerlo desde lejos. En los textos, la imagen aún tardaría décadas en reducir su frecuencia, siendo Inglaterra quien mantuvo al Cristo helenizante durante más tiempo, hasta finales del siglo XIII.


Aunque la iglesia occidental rechazaba los iconos con la imagen de Cristo, no prohibía las visitas al lienzo de Edesa, Menfis o Camulia que mostraba el paño con el que Jesús se había limpiado la cara, dejando su rostro impreso y donde se le veía con barba. Posteriormente, occidente tuvo reliquias propias como el paño de Verónica ( Vera icon), con el que esta mujer limpió la cara a Cristo en su camino al Calvario, o el sudario de Turín, polémico desde su creación ya que entonces el obispo de Troyes, Pierre d'Arcis, denunciaba que era una falsificación con la que se lucraban los clérigos de Lirey.

En la misma época, surgió un documento que también resultó ser una falsificación, donde Publio Léntulo, antecesor de Poncio Pilatos, describía a Cristo en una carta al emperador Augusto. La descripción decía que el color de su pelo era como el de la avellana madura y liso hasta las orejas. Su abundante pero corta barba le daba un aspecto simple y maduro, mientras que sus ojos eran gris azulados, claros y rápidos.

    Chavannes-Mazel, C. A. (2003). Popular belief and the image of the beardless Christ. Visual Resources, 19(1), 27-42.