De entrada a mí no me parece tarde, la verdad. Desde mis circunstancias personales y la perspectiva que eso me da, cuando pienso que mi madre me tuvo a mí con 24 años, casi me parece pronto.
Sin embargo tomándolo con un poco de objetividad no hay duda de que 30 años parece una edad más que suficiente y adecuada para que aquel que desea ser padre/madre se plantee la cuestión y no lo retrase más. Además, del lado de la biología dicen las malas lenguas que los óvulos no entienden de elixires y que aunque cada vez estemos más sanos y lozanos en nuestra treintena, y aunque cada vez nos cuidemos más, ellos envejecen igual que siempre…
¿Por qué entonces algunas de mis amigas, a sus 33 años bien cumplidos, no están ni en el anteproyecto de la maternidad? Pues estas son las razones de los ejemplos más cercanos ( a parte de otras que pueda haber que yo desconozca): trabajo, trabajo y más trabajo.
Entre las que sí somos madres, hay quien ha tenido que escuchar de sus jefes en relación con la posibilidad de reducir su jornada: “No lo hagas; no es bueno para tu carrera”. Sin comentarios. Y quienes no lo hemos escuchado, digamos que de algún modo no lo necesitamos porque ya lo tenemos bien “interiorizado”.
Así es imposible ser madre, salvo que estés dispuesta a que tu hijo sea criado por otras personas. Pero entonces, ¿para qué nos hemos preparado tanto? ¿Para que nos hemos sacrificado tanto? Esa es la pregunta que me hago continuamente, cuando siento que aunque se pretenda llegar a todo, en algún ámbito hay que ceder, sea en lo familiar o en lo laboral. Y no encuentro la respuesta. La conciliación está aún muy lejos, suponiendo que no sea un cuento chino