El desprestigio de la clase política española bate records en todo el mundo y el divorcio entre políticos y ciudadanos es brutal, pero no ocurre nada porque el sistema es tan descarado, antidemocrático e insensible que lo resiste todo, incluso lo que es "sagrado" en democracia: la voluntad popular mayoritaria en contra.
El sistema se siente seguro y blindado porque cuenta con dos apoyos de gran valor: esos seis millones de incondicionales, gente lobotomizada o habituada a vivir de la teta del Estado, que los votaría en cualquier circunstancia, y la guardia pretoriana del régimen, integrada por policías bien armados y entrenados, periodistas expertos en mentir y ocultar la verdad y jueces sometidos a los partidos políticos.
Sin embargo, por el momento, los políticos españoles son frágiles frente a un ataque organizado en las urnas, donde pueden ser derrotados. Para evitarlo tendrían que perpetrar un "pucherazo" o prohibir el voto libre, algo que ne le consentirían sus socios del mundo occidental.
Esa es la vía que está tomando la protesta ciudadana en España, que ya tomó las calles y plazas inútilmente cuando estalló el fenómeno del "15 M" sin que ocurriera nada. Los estrategas de la protesta española han llegado a la sabia conclusión de que el sistema sólo es frágil cuando se abren las urnas y están dispuestos a refundar el país llenando el Congreso y el Senado de gente decente, capaz de imponerse a esos políticos alejados del pueblo que solo representan a sus propios partidos, ya degradados por la impunidad, la corrupción, el amor a los privilegios y porque una y otra vez anteponen el interés propio y de sus formaciones al bien común, lo que significa cruzar la linea roja y convertirse en sátrapas antidemocráticos.