Una cosa es ser gamberro y otra depravado. Una cosa es hacer humor negro y otra ponerse morado con las desgracias ajenas, que no tienen ni pizca de gracia. Del nazareno al azabache no hay un gran salto cromático, pero sí un abismo ético.
Pero sucede que hablar de ética con quien no la tiene resulta complicado. Como dar argumentos a los amantes del pensamiento único (que, por supuesto, es el suyo). Son partidos amañados antes de que suene el pitido inicial, pretendidos debates que no pueden ser tales porque una de las dos partes no escucha las razones de la otra. Respeto sí, pero sólo para mí. Derechos claro, pero sólo los míos.
Pienso esto a raíz de la portada obscena que El Jueves ha "dedicado" al accidente de Ortega Cano. Dejando a un lado el debate sobre quién tuvo la culpa del siniestro y sobre lo que vale la vida que se ha perdido –¿pero quién pone en duda que cualquier vida humana vale igual que las demás, famoseos aparte?-, da grima (grima y asco) pensar que para cierto sector de la sociedad la agonía de un hombre puede ser motivo de chascarrillo.
Pero es lo que sucede cuando el animalismo reina en una sociedad que ha perdido el norte y tampoco es capaz de encontrarse en ninguno de los otros puntos cardinales. Como escribe Francis Wolff en 50 razones para defender la corrida de toros (Ed. Almuzara), "intentando alzar a los animales hasta el nivel en el que debemos tratar a los hombres, necesariamente rebajamos a los hombres al nivel en el que tratamos a los animales".
Y, por mucho que lo quieran los animalistas, todas las vidas (hombres, animales, plantas) no valen igual. Pero queda muy progre decir que la vida de un hombre vale tanto como la de su perro (y, por supuesto, tanto o más que la de un toro). Y ya se sabe: aquí o vas de progre (que no es lo mismo que ser progresista) o te mueres de asco.
P.D.: En torno al circo mediático que se ha montado por el accidente del viudo de "la más grande", recomiendo la última contra de Carmen Rigalt en El Mundo del domingo 5 de junio, titulada "La maldición vive al lado". Reproduzco un par de párrafos:
"Las noticias impactantes adquieren notoriedad según se van conociendo algunos detalles. Pero llega un momento en que ya se sabe todo y sin embargo, el interés crece. Es el tiempo del buitreo, la guerra de los cazadores de cadáveres, el comercio del morbo. Los que comerciamos con vísceras somos conscientes del plus informativo que contienen las noticias trágicas, de ahí que hagamos horas extraordinarias en los hospitales y las morgues.
Pero donde más tajada se saca de las tragedias es en los platós de televisión. Ahí el periodismo canalla cuenta con auténticos especialistas en descuartizamientos (...)".