También es fácil enumerar, si no se es ecuánime, los motivos de la decepción de la gente con los socialistas. Pero ninguna de las causas que cualquiera pudiera citar justifica el severo castigo que recibe esta formación por parte de la ciudadanía, teniendo en cuenta que ninguna de ellas es extraña a otras formaciones que, al parecer, gozan de mayor indulgencia. No se trata del “y tú más” ni del “mal de muchos consuelo de tontos” lo que deseamos destacar, sino que idénticas conductas provocan reacciones distintas, según quién las practique. Me explico.
Sin embargo, los fenómenos de corrupción también afectan, en mayor medida, si cabe, al partido en el Gobierno sin que por ello pierda el apoyo mayoritario de la población, aunque sí la mayoría absoluta de que gozaba en el Congreso. Abusos, enriquecimiento personal, financiación ilegal, sobres con sobresueldo y donativos por concesiones de obras o servicios públicos son algunos de chanchullos que se descubren tras los casos del Lino, Naseiro, Gürtel, Bárcenas, Fabra, Palma Arena, Brugel, Tarjetas Black y otros, sin que electoralmente hayan tenido repercusión en el voto, hasta hoy. Tal parece que los ciudadanos toleran como intrínseca la corrupción que comete la derecha política pero hacen asco de la que afecta a partidos de izquierdas, siendo ambas, por igual, una enfermedad que perjudica la salud de nuestra democracia y deteriora la relación y la confianza de los ciudadanos en sus representantes.
Aquel recorte del PSOE supuso el inicio de una poda del Estado de Bienestar que, con el PP en el Gobierno, se ha acentuado hasta dejar sólo el tronco pelado de las estructuras asistenciales públicas. Cortar cuántas ramas fueran posibles del árbol del Bienestar se ha llevado a cabo con el único propósito de reducir miles de millones de euros en lo que los mercados consideran gasto improductivo, el gasto social. Así, si uno recortó en un 5 por ciento el sueldo de los funcionarios, otro lleva años congelándolo; si uno congeló las pensiones en 2011, otro utiliza el subterfugio de un incremento inapreciable para continuar, en la práctica, congelándolas indefinidamente; si uno redujo las inversiones públicas, otro recortó en educación, sanidad, dependencia, introdujo copagos y repagos y dejó sin prestaciones sanitarias a los inmigrantes; si uno eliminó el cheque-bebé, otro rebajó cuantía y duración de las ayudas por desempleo, abarató el despido, rebajó las becas y aumentó el IVA, un impuesto que han de pagar tanto el rico como el pobre, de forma indiscriminada. Es decir, ambos Gobiernos, a la hora de enfrentarse a la crisis económica, actuaron según la ortodoxia capitalista de estimular la economía contrayendo el gasto y favoreciendo al capital, conforme demandaban las autoridades de Bruselas, Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial.
Es, precisamente, la gestión de la crisis y el incumplimiento del programa socialista, desde aquel mayo de 2010, lo que más daño ha ocasionado al PSOE. A partir de entonces, declina el favor de los ciudadanos hacia un partido que, con más de 130 años de historia, ha contribuido casi en solitario a la modernización y el progreso de España, hasta situarla al mismo nivel que otras democracias de nuestro entorno. A lo mejor, una actuación política coherente con la ideología y una sincera pedagogía en explicar las presiones y exigencias de los poderes económicos mundiales, tal vez habrían ayudado a mantener la fidelidad de los votantes y simpatizantes socialistas. De ahí que, haciendo un inútil ejercicio de elucubración contrafáctica, si Zapatero se hubiera negado a seguir los dictados de Merkel, Obama y FMI y hubiera dimitido, tal vez hoy ningún partido emergente le estaría arrebatando su bandera socialdemócrata y su electorado, empujándolo a la irrelevancia mediante promesas populistas y reproduciendo su programa, al que añade propuestas radicales de imposible cumplimiento, pero sumamente atractivas para el confiado y crédulo votante.
Los votantes dan la espalda al PSOE por sus incongruencias y las traiciones que ha cometido contra su propio ideario, más que por los escándalos de corrupción, aunque éstos tengan un peso elevado en la frustración que la política infunde en la gente. No son los ciudadanos los que han variado, sino el mensaje y la actuación de los socialistas. Los ideales fundacionales, puestos en solfa por unas amenazas de un mundo seducido por la lógica dominante del mercado, siguen constituyendo el anhelo de votantes y simpatizantes decepcionados por un socialismo cautivo de sus propias debilidades y renuncias, hasta el punto de ser sustituido por las renovadas ofertas de actores emergentes, vírgenes aún de estos pecados propiciados por un pragmatismoindecente, capaz de asegurar que, no importaba gato blanco o negro, si cazaba ratones, es decir, si posibilitaba el acceso al poder.
Recuperar dicha confianza será una tarea ardua y larga, aunque no imposible. Ello supondrá refundarse, plantearse de nuevo las cuestiones de siempre y volver a ofrecer respuestas a los sin voz, los oprimidos y a cuántos se quedan en la orilla sin ayudas, sin recursos, sin consuelo. Tendrá que demostrar que sigue persiguiendo sus eternos ideales de justicia, tolerancia, igualdad y libertad, desde la honestidad, la trasparencia y la ejemplaridad, para corregir los desmanes de un sistema globalizado de economía de mercado. No le queda otra si no quiere que los ciudadanos continúen dándole la espalda.