¿Son las matemáticas una herramienta mejor que otras para obtener la originalidad en la escritura? ¿Son más interesantes los escritores que saben matemáticas? ¿deben los escritores, más allá de lo indicado para cualquier ciudadano, aprender matemáticas? ¿pueden las matemáticas una fuente de inspiración para la literatura? ¿son un arte? David Fernández, estudiante de doctorado del ICMAT, reflexiona sobre estos asuntos tras la lectura de un artículo de Alexander Nazaryan.
El pasado mes de noviembre Alexander Nazaryan publicó en The New Yorker un interesante artículo titulado ʻWhy Fiction Writers Should Learn Mathʼ del que algún medio de comunicación español se ha hecho eco. Sin embargo, tras leer el artículo, como matemático y lector, querría escribir algunas reflexiones desordenadas. Sólo eso.
A pesar de traumas infantiles y alergias fingidas, creo que la mayoría de los españoles admitiríamos que las matemáticas son bastante útiles en nuestra vida diaria. No sólo por enseñarnos a razonar de una manera que evita incurrir en falacias sino porque las matemáticas se encuentran presentes en decisiones importantes de nuestras vidas. De hecho, esta crisis cruel nos ha enseñado que ya pasaron aquellos días en los que leíamos con más interés el horóscopo que la sección de economía.
Por todo esto, no puedo estar más de acuerdo con el autor en que los escritores (como cualquier persona añadiría yo) deberían aprender matemáticas, sin embargo, discrepo con sus razones. La tesis de Nazaryan podría resumirse en que los pocos escritores que se han aventurado en las matemáticas de alto nivel -Lewis Carroll, Thomas Pynchon, David Foster Wallace- se encuentran entre nuestros más inventivos tanto en las frases que construyen como en las historias que crean.
Su argumentación se basa casi por completo en ejemplos, en especial del poliédrico David Foster Wallace quien a pesar de su interés por ellas, abandonó las matemáticas en el Instituto. No obstante, hay otros muchos escritores que no cumplen la condición. Uno de los aforismos más celebrados de Hardy es “La mayor parte de la gente está dispuesta a exagerar su propia ignorancia sobre las matemáticas”. Para empezar, podemos hablar de esta apología en Jorge Luis Borges, quien, debido a sus tramas, es un escritor especialmente querido por los matemáticos. Sin embargo,es bien sabido que su enciclopédico conocimiento de la cultura clásica contrastaba con el científico. Otro ejemplo sería el de Gabriel García Márquez en cuyo Macondo las leyes de la física y el sentido común no se aplican y quien en sus memorias reconoce su incapacidad para las ciencias exactas: ,al Nobel no le duele describir su abracadabrante método de sumar mentalmente. Sin ánimo de ser exhaustivos, no debiéramos olvidarnos de Julio Cortázar y -en otras lenguas- James Joyce, George Perec o George Orwell.
Cualquier argumentación basada en ejemplos dista de ser convincente
De todas formas, cualquier argumentación basada en ejemplos dista de ser convincente. Hace algún tiempo me llamó la atención un estudio de una universidad de nombre improbable que constataba que personas con una formación superior en matemáticas no sumaban mentalmente más rápido que aquéllas sin estos estudios pues son procesos realizados en diferentes zonas del cerebro. Por tanto, si las matemáticas de formación superior se ejecutan en zonas distantes de la suma, sería demasiado sorprendente que una buena formación en matemáticas estuviera relacionada –e incluso favoreciese- nuestras capacidades comunicativas. Más teniendo en cuenta que Roger Sperry descubrió que los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro tienen funciones diferentes: el izquierdo para el lenguaje, el derecho para las funciones visual, espacial y matemática, logro que el autor menciona demasiado tímidamente.
Ilustración de Istvan Banyai del artículo original. Imagen: The New Yorker.
Por último, no podemos dejar de mostrar nuestro asombro por la metaliteratura realizada por el autor al calificar la escritura de Ernest Hemingway primero de fractal y después de algebraica y la de Foster Wallace compararla con el cálculo cuántico [sic]. Es indudable que nuestras aficiones y pasiones condicionan nuestra forma de ver la vida y, por tanto, de escribir, pues escribir no es más que conjurar nuestra obsesión por la vida. Quizás, el estilo descarnado de Hemingway sea un reflejo su afición por el boxeo mientras que la escritura tan delicada de Nabokov no se comprenda si obviamos su afición por cazar mariposas.
Las matemáticas son un arte
A pesar de todo ello, no puedo estar más de acuerdo con la otra tesis que expone el artículo: las matemáticas son un arte. Para argumentarlo, utiliza como referencia el libro que escribió en 1940 G. H. Hardy ‘Apología de un matemático’. Lo primero que hay que decir es que si no lo han leído no pierdan el tiempo leyendo este post y vayan corriendo a su librería de confianza. Una vez hecho esto, hay que confesar que se ha escrito mucho (aunque nunca demasiado) sobre este libro crepuscular en el que, muy a su pesar, Hardy reflexiona sobre las matemáticas pues un matemático “no debe hablar de Matemáticas sino hacerlas”.
Aunque intentaría suicidarse poco después, su depresión no pudo nublarle su inteligencia ni su agudeza para hacer un ejercicio de anatomía de la idea matemática. Son especialmente interesantes -cuando no directamente corrosivas- las páginas en las que compara las matemáticas con otras muestras de ingenio humano como pueden ser la poesía o el ajedrez.
“Hardy compara las matemáticas con otras muestras de ingenio humano como pueden ser la poesía o el ajedrez”
Pero si algo caracteriza este libro es su obsesionante tristeza. Como escribe C. P. Snow en su excelente prólogo. ʻApología de un matemáticoʼ recoge las palabras de un hombre que ha perdido su razón de ser y que lo sabe, como aquel hombre que no se reconoce en el espejo del baño. Su humor refinado, su conocimiento de la naturaleza humana y los puñetazos dialécticos en forma de aforismos no pueden disimular su aburrimiento de la vida a pesar de que dejó escrito que ”uno puede estar horrorizado o disgustado pero no aburrido”. Pero esto no debe extrañarnos porque esta obra es ante todo el testamento de un artista. Mas como todo testamento, tiene un poco de derrota y demasiado de melancolía.
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David Fernández Álvarez es investigador predoctoral en el ICMAT.