¿Cómo se explica esto? Para Rachel Kleinfield, investigadora en el Carnegie Endowment for International Peace, la respuesta está en los gobiernos y en una violencia que permea todas las capas de la sociedad.
Lo que pasa, explicó la investigadora, no es tanto que los estados sean débiles o ‘fallidos” sino que “son debilitados” adrede por sus gobernantes y actores politicos para mantenerse en el poder.
Kleinfield lo explica como si fuera una tormenta perfecta, en la que intervienen actores criminales, como pandillas, mafias o guerrillas y líderes corruptos en medio de sociedades polarizadas y desiguales.
“Comencé a ver los mismos patrones”, dijo Kleinflied sobre su investigación, la cual la llevó además de a Colombia y México a Ghana, Georgia e Italia.
La historia va así: una clase dirigente dentro de una democracia joven o decaída no está convencida de poder ganar las elecciones justamente. Por lo tanto, decide aliarse con grupos violentos, llamese maras, combos o mafia, para que les ayuden infundiendo terror y evitando que los votantes de la oposición acudan a las urnas.
Los matones ganan impunidad y los políticos aferrarse a sus escritorios. Desde ahí es un efecto dominó. Los políticos consiguen el apoyo de los empresarios a cambio de protección, la policía se politiza y las instituciones se corrompen, dándole espacio a los grupos criminales para venderse como quienes administran la justicia y dan seguridad a las comunidad marginadas.
Crece la impunidad y la violencia se normaliza. La clase media se refugia y se desentiende y los marginados se alejan cada día más del espacio y la participación pública. ¿Suena familiar?
En su libro ‘A Savage Order’, Kleinfield habla de Colombia como una nación cuya historia puede dar luces sobre cómo funciona la violencia al igual que cómo salir de ella.
En el 2002, el gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe, dejó al líder paramilitar Diego Fernando Murillo, alias ‘Don Berna’ “controlar el crimen organizado y callejero en Medellín”. Para el 2003, después de la Operación Orión, cuyo objetivo era sacar a la guerrilla de las FARC de la Comuna 13, Don Berna “controlaba Medellín más a fondo de lo que [consiguió Pablo] Escobar”.
“Uribe ejecutó un clásico tratado sucio, intercambiando impunidad por paz al poner a los criminales a cargo”, sentencia Kleinfield en su libro.
Como consecuencia, y después del proceso de desmovilización con los paramilitares, durante el cual también hubo intercambios de impunidad, en particular para evitar que se les extraditara hacia Estados Unidos, la violencia tanto en Medellín como en Colombia se redujo considerablemente.
Este tipo de “tratados sucios” son comunes en las sociedades que presentan, como llama la autora, una “violencia privilegiada”. Ya que, aunque dan la apariencia de mejoría, el poder sigue concentrado entre los políticos y las bandas criminales.
Kleinfield atribuye la verdadera mejora de Medellín a la gestión del alcalde Sergio Fajardo, quien entró a la administración en 2003 y estuvo hasta el 2007.
Su trabajo, enfocado en programas sociales y de urbanismo, que acercaron los barrios marginales de la ciudad con proyectos de transporte como el metrocable, consiguió que para el final de su término Medellín tuviera niveles de violencia menores a los que presentan hoy las ciudades más peligrosas de EE.UU.
El problema de la seguridad en Colombia para Gimena Sánchez, directora del programa de Colombia en la oficina de Washington para América Latina, (WOLA) es que la paz “es de sectores” y hay “diferentes mundos viviendo en el mismo lugar”.
Kleinfield es enfática: “El problema más grande de la deshumanización no es forjado por los asesinos profesionales, sino por las personas ordinarias que normalizan la violencia”.
FUENTE:
http://zolfm.com/noticia/47122/por-que-los-paises-mas-violentos-estan-en-latinoamerica-