Una de las más frecuentes reivindicaciones de los isidrines del 15M es que no sean "los mercados" (los financieros, debe entenderse) los que dicten la política económica. Esto tiene bastante de razonable (y bastante de no razonable), pero sobre todo es una piedra de toque muy eficaz para constatar alguna de las deficiencias más acuciantes del movimiento, en particular, sus ingenuas concepciones acerca de la conexión entre medios y fines políticos. [Al fin y al cabo, lo que hace razonable llamarles "isidrines" no es tanto que eligieran como fecha para la puesta de largo de su movimiento el día de la festividad de San Isidro Labrador, sino el hecho de que este santo madrileño sea famoso principalmente por conseguir -o pretender- que los problemas prácticos -arar el campo- se los solucionaran unos ángeles bajados del cielo, mientras él se tocaba plácidamente los coj..., digo mientras él se dedicaba a orar devotamente -lo que en el día de hoy se correspondería con dedicarse a cantar bonitos eslóganes]..Primero, ¿por qué es razonable esperar que "los mercados financieros" influyan en la política económica? Obviamente, porque las administraciones públicas (igual que los ciudadanos) pueden gastar (o generar derechos de pago) muy por encima de lo que ingresan (o de sus derechos de cobro). Si reclamamos a los políticos tales y cuales derechos en tanta y cuanta magnitud, ello obligará a las administraciones a gastar cierta cantidad de dinero; si los ingresos de las administraciones, generalmente a través de impuestos, son menores que lo que se han visto obligadas a pagar, la diferencia consiste en una deuda, y ALGUIEN prestará a las administraciones el dinero que le falta. En general, las administraciones consiguen que se les preste dinero a un tipo de interés mucho más bajo que el que los bancos ofrecen a sus clientes, porque se tiene la idea de que, en promedio, pagan mucho mejor que el particular típico (ciudadano o empresa privada), y a las malas, siempre pueden terminar subiendo los impuestos en el futuro para pagar las deudas si éstas han subido demasiado..Lo que estamos observando ahora es que esto último (como ya se sabe desde hace siglos) no siempre es verdad. Puede llegar un momento en el que la recaudación de impuestos prevista sea menos que la suficiente para devolver el dinero que la administración ha pedido prestado, junto con sus intereses. Eso hace que los posibles prestamistas se asusten, y empiecen a pedir un interés mayor por los nuevos préstamos que las administraciones les pidan. (Aunque lo primero en subir es el interés que se pide por la venta en el mercado de segunda mano de los títulos de deuda emitidos en el pasado, interés que, por mucho que suba, no afecta directamente ni un ápice a las deudas que las administraciones tienen ya, pues ellos tienen que devolver lo que ponía en la emisión de deuda original, no lo que dice la "prima de riesgo". En realidad, el tipo de interés de la deuda ya emitida no varía en absoluto; lo que varía es el precio al que se venden esos títulos de deuda: si yo compré bonos del Estado a 10 años al 3 % por 10.000 euros, el Estado seguirá pagando 300 euros cada año a quien posea esos bonos, pero si yo quiero vendérselos a alguien, en vez de pagarme 10.000 euros, sólo me pagará 9.000, p.ej., con lo que el interés "real" de esos bonos -o sea, la rentabilidad que de hecho obtendrá quien me los compre- será ahora del 3,33 %. Pero lo que haga yo con los bonos que compré, por cuanto los venda o los deje de vender, no afecta en absoluto a los intereses que paga el Estado al portador de esos bonos)..Puesto que la deuda, al contrario que los impuestos, es una transacción voluntaria, parece totalmente legítimo que quienes han prestado ese dinero estén preocupados por la posibilidad de que se les devuelva, y lo que es más, que amenacen con no volver a prestar más (o hacerlo en condiciones mucho más severas, con garantías mucho más rígidas). Por eso es razonable que, en cierto sentido y medida, "manden los mercados": el estado será todo lo democrático que nos salga de las narices, pero cuando el estado decide que tiene que pedir dinero prestado, debe hacerlo de manera "leal", no engañando a los prestamistas prometiéndoles el oro y el moro, pero con la intención de dejarles nada más que con el chocolate del loro..Ante esta situación caben tres posibilidades..La primera consiste en que los prestatarios (quienes han recibido el dinero prestado y ven que van a necesitar más aún en el futuro) bajen las orejas y hagan todo aquello que los prestamistas les piden. Esto significa "austeridad", es decir, que las administraciones no incurran en nuevas deudas, o lo hagan lo menos posible, o sea, que reduzcan sus gastos. Como el principal componente cíclico del gasto es el seguro de desempleo, básicamente se trata de que haya menos gasto en el sostenimiento de los parados, bien haciendo que bajen los salarios y mejores las condiciones de contratación para las empresas, y así contraten a más gente, o bien reduciendo directamente la prestación por desempleo. Por supuesto, también se pueden recortar los otros macro-gastos (pensiones, educación, sanidad, y sueldo de funcionarios...). Como es obvio, el déficit público también puede reducirse aumentando los impuestos, pero quienes defienden la austeridad no lo ven bien, porque eso "desincentivaría" la contratación de trabajadores, directamente (si se suben los impuestos a las empresas) o indirectamente (si se reduce la renta disponible de los ciudadanos, y con ello el consumo). No hace falta señalar hacia quiénes son los que defienden esta posibilidad. Pero en realidad, las políticas de austeridad llevan al estancamiento, porque la reducción de salarios y del gasto público también hacen reducir el consumo a espuertas..La segunda posibilidad consiste en no pagar la deuda, por una u otra vía. La más directa es, sencillamente, la de dejar de pagarla, o hacer un recorte sustancial. Esto es difícil porque, obviamente, crearía muchísimas dificultades de financiación en el futuro inmediato para el estado que decidiese hacerlo. Pero hay otros métodos, por ejemplo, subir fuertemente los impuestos a los principales beneficiarios de la deuda pública. Esta es, naturalmente, la postura de los isidrines y de muchos de los que andan a la izquierda. Pero el problema principal es que los prestamistas son internacionales: si una medida así la tomase a gran escala un solo país (e incluso aunque la tomara la Unión Europea en su conjunto), los prestamistas dirían, sencillamente, "me largo", me voy con mi capital a países que me traten mejor, y los estados seguirían teniendo el mismo problema (que se han comprometido con sus ciudadanos a prestarles servicios por un valor monetario mucho mayor que lo que los ciudadanos han aceptado pagar). Por supuesto, los instintos jacobinos de muchos pueden llevarles a preferir que los "capitalistas", "rentistas", "especuladores", etc., desaparezcan del horizonte, pero que yo sepa nadie ha propuesto un sistema económico en el que no haya una notable libertad en el mercado de capitales y que no sea el soviético (o asimilable). Si los isidrines tienen alguno en mente, harían bien en exponerlo..La tercera posibilidad, naturalmente, es la del otro santo (San Menardo): mover impuestos y gastos públicos con cabeza, y sobre todo, regar debidamente la masa monetaria. Que la Fed y el BCE financien a costo perdido políticas de estímulo fiscal (o dicho en lenguaje poético: que le regalen dinero a los gobiernos para fomentar inversiones). Esto da temblores a los suplicantes de austeridad, porque temen que la inflación que con ello se produciría haría descender el valor real de la deuda... ¡y en efecto, de eso se trata! No hay ningún contrato firmado por toda la sociedad (directa o indirectamente) que obligue a que las deudas tengan que ser devueltas a su valor real (el Estado no debe devolverme dentro de 10 años algo que sea equivalente entonces a los 10.000 euros que le presté al principio); todo contrato es por un valor nominal. Evidentemente, una inflación enloquecida tendría muy graves consecuencias, pero los economistas de hoy en día saben perfectamente como generar una inflación domesticada. Los isidrines posiblemente sienten también un sarpullido ante este tipo de políticas porque exige "delegar en expertos", y no suena muy a "democracia real". Pero no creo que tengan otro remedio en la mayoría de los temas.
.Así que me temo que la crisis durará lo que tarden los prestamistas en darse cuenta de que con políticas de austeridad les va en realidad peor que con una buena política keynesiana..Por último, volviendo a la pregunta original, ¿por qué mandan los mercados? Pues no se trata de que haya que estar legalmente sometidos a ellos, sino de reconocer que una economía funciona bien sólo si los mercados tienen un grado suficiente de libertad y de seguridad, y el truco está en saber cómo conseguir exactamente ese grado, a través de negociaciones y de deliberación política... negociaciones y deliberación que, sinceramente, no veo manera que puedan llevarse a cabo de modo razonable en un sistema que merezca el nombre de "democracia directa".Enrólate en el Otto Neurath