Me gustas, Soledad, porque eres insolente. Porque te has atrevido a incluirme en esa panda de ignorantes encantados de conocerse que viven manipulados por fuerzas que no llegarán jamás a comprender, y lo has hecho de manera que tras escupirme aún tenga yo ganas de darte las gracias: Y voy a ser sincera: no tengo la más mínima conciencia ecologista ni “animalista” (por muy mal que quede decirlo), así que si no me indigné la semana pasada por los centenares de atentados contra la vida y la integridad de otros seres vivos no humanos que se cometían y se cometen a lo largo y ancho de este planeta, tampoco me indigno esta por la mamarrachada del rey. Lo que sí me parece preocupante (una vez más) es que los muros de facebook parezcan dirigidos por el Gran Hermano y aquí nadie tenga ni criterio, ni opiniones, ni preocupaciones propias.
Me gustas porque deseas ser Hipatia y morirme inútil (como todos) pero tratando de saber. Saber. Algo. Porque bajo esa armadura tuya el pulso te tiembla ligeramente (la voz ronca, los párpados en el estómago, la garganta en el corazón), con la simple sospecha de que amar quizás no sea lo que tú piensas que es. Me gustas cuando vas y confiesas - así, de sopetón- que me acuesto sin las palabras que saben a tu nombre. Y ese oscuro presentimiento. Siempre. Como de un agua estancada que me llora por dentro.
Me gustas porque entre tus dedos las palabras son de cera y las trenzas como te place para decirte por dentro: quisiera saber por qué flotan sobre esta copa de vino unas ganas como a medias de lo que se quedó en tu boca, llena de hiedras y limones. El espejismo de los muertos. A los muertos os crecen flores en los labios, y por eso a veces las confundimos con la vida.
Me gustas porque hay días en que ni las palabras te salvan, días en los que es tanto el peso de lo absurdo, de lo inútil, de lo estúpido, que ya no puedes más. Que estás muy harta. Que te dan ganas de llorar al coger el autobús con la consciencia absoluta de estar haciendo el memo por un sueldo infame (...) Qué gasto de billetes, de alquileres, de comida, de retenciones a la Seguridad Social. Qué desperdicio de todo. Dinero moviéndose. Para nada (...) A veces pido (casi rezo) que alguien me dé una razón poderosa para estar donde estoy. Que me diga que me necesita en ese lugar que habito ahora.
Me gustas por la manera íntima, refinada y canalla con que entretienes mi soledad.
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