Era un hombre frívolo e indolente que no amaba a Dios; y Francisco de Asís había venido a la tierra para encender el corazón de los hombres en ese amor.
Un día le cogió y no le dijo más que esta palabra: ¡Ven!» Le llevó por un sendero muy largo y estrecho sin decir palabra. El hombre le seguía admirado. Al fin, en una encrucijada, encontraron un hombre echado en el suelo, ciego y paralítico.