En general, cuando hablamos de procrastinar estamos hablando de distracciones, de perder el tiempo en cosas que no son tan importantes —o no lo son en absoluto—, en vez de estar centrándonos en lo que deberíamos realizar. Y la mayoría de las veces, no somos conscientes de esta procrastinación.
La bonita palabra procrastinar viene de “procrastinare”, la unión de dos palabras del latín, “pro”, que significaba “adelante”, y “crastinus”, que significaba “mañana”. Es dejar para otro momento lo que tendrías que estar haciendo en el presente.
Según recientes estudios, la procrastinación viene siendo en nuestros tiempos una práctica cada vez más habitual, y que limita enormemente la productividad de personas y empresas. Se da en todas las franjas de edad, pero especialmente en los jóvenes, lo que implica una educación deficiente en lo que a priorizar se refiere. No se les ha enseñado correctamente a gestionar su tiempo y sus recursos, y se sienten perdidos.
Pero, ¿por qué somos tan tendentes a procrastinar?, ¿por qué nos cuesta tanto dejar de hacerlo? Básicamente, se trata de miedo. Sí, miedo. Cuando procrastinamos, estamos dejando para más adelante alguna tarea que nos asusta, que no nos sentimos del todo cómodos realizando, para la que pensamos que no estamos bien preparados. Como es más fácil dejarla para después, nos ponemos con alguna tarea más gratificante, o simplemente, entretenida, pero que no nos ayuda a la consecución de nuestro objetivo. Un ejemplo típico sería entrar al correo electrónico a ver si algún cliente se ha puesto en contacto con nosotros, y terminar enlazando con las redes sociales, donde nos quedamos cotilleando un buen rato.
El miedo al fracaso tiene mucho que ver con las conductas procrastinadoras. No queremos empezar una tarea pendiente hasta estar seguros de que la vamos a realizar bien —lo que enlaza también con el perfeccionismo—, por tanto, la vamos retrasando y retrasando, perdemos el tiempo buscando más información, o esperando —inútilmente—, que nos llegue la inspiración total.
El mundo cada vez más competitivo en el que vivimos nos llena de ansiedad y miedos, que nos hacen desconfiar de nosotros mismos. El procrastinador habitual suele ser una persona ansiosa e insegura, que necesita esos momentos de asueto para relajarse.
También están los procrastinadores eventuales, y aquí creo que todos podríamos englobarnos (quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra, ¿no?). Hay momentos en los que nos sentimos desbordados, o simplemente, no somos capaces de encontrar la motivación para ponernos a hacer lo que tenemos pendiente, y lo vamos retrasando. En principio, esto no tiene por qué ser tan grave si después logras llevar a término en tiempo tu labor; pero deberíamos plantearnos, en aras de la tranquilidad y la productividad, estructurar mejor nuestros tiempos. Al principio, esto puede resultarnos pesado, pero a la larga dará sus buenos frutos, y pasará a ser nuestra rutina, no costándonos seguirla.
Existen técnicas, como la del “Pomodoro”, para regular nuestros momentos de tarea y descanso, y aprovechar mejor el tiempo. Esta técnica consiste en programar, por ejemplo, veinticinco minutos de reloj trabajando, seguido de diez minutos de descanso, otros veinticinco de tarea, y así simultáneamente.
Como la anterior, cualquier técnica que os sirva a vosotros será la adecuada para dejar de procrastinar, y ponerse a ello.
Recordad que esto es como en los tiempos del colegio, cuanto antes estén hechos los deberes, ¡antes podremos ir a jugar con nuestros amigos!
En definitiva, se trata de vencer el miedo, y ponernos a la tarea; priorizar y tener claras nuestras intenciones. Más vale haber hecho algo, aunque no resulte perfecto, que haber planeado a la perfección algo que nunca nos atrevemos a comenzar. ¡Adelante!