Por qué opino tanto sobre el procés

Publicado el 04 noviembre 2017 por José Luis Ferreira

Desde que comento sobre Catalunya en las redes (mi blog, twitter y Facebook) me han preguntado por qué lo hago con tanta contundencia. Los que me conocen saben que siendo vasco y gallego siempre he simpatizado con la revitalización de las lenguas minoritarias, he defendido el autogobierno e incluso la posibilidad de independencia si hay una mayoría suficiente a favor, he admirado la manera en que los catalanes defendían su lengua y cultura, y también que he coqueteado con posiciones radicales en mis años mozos. ¿Cómo una persona así ha sido tan crítica con el procés? Voy a exponer mis razones.
En primer lugar, porque no teniendo mayoría el procés estaba deslegitimado desde el principio. Incluso si se argumenta la mayoría para el referéndum, que no para la independencia, no se puede exigir ese referéndum cuando no hay una realidad objetiva de que sea necesario. Es decir, sin haber una mayoría amplia de deseo de independencia, ¿qué sentido tiene pedir al conjunto de españoles cambiar la Constitución, con todo lo que eso significa, para permitirlo?
En segundo lugar, porque el procés estaba muy mal diseñado también desde el principio. La estrategia decidida desde el comienzo sobre cómo dirigirlo fue “llegar hasta el final”. Al parecer, esto contentó a políticos y a asesores, que contagiaron su determinación al resto de la población que acabó apoyándolo. Como economista que algo sabe de Teoría de Juegos esto siempre me pareció absurdo, y no comprendo cómo colegas míos catalanes, también conocedores de la Teoría de Juegos, dejaron de lado todo análisis objetivo para dejarse llevar por los sentimientos a la hora de hacer previsiones (aquí hablé de ello). La estrategia de llegar hasta el final solo puede funcionar en dos circunstancias: o bien el final es favorable o bien hay garantías de que no se llegará a él. Ninguna de las dos cosas ha sido cierta ni probable en ningún momento. En un juego del gallina la parte débil tiene todas las de perder, no las de ganar. Lo hemos visto recientemente en las negociaciones del gobierno de Tsipras con la Troika y después en las del Brexit. La incertidumbre de una independencia, incluso en el caso más favorable, siempre jugará en contra de la economía. Las pretensiones de que empezar un país de cero permitiría diseñarlo como una república ejemplar eran también ensoñaciones. El país no empezaría de cero, sino que mantendría la misma clase política y dirigente que ha gobernado Catalunya con sus más y sus menos desde 1977, y la mantendría con menos competencia, por lo que camparía más a sus anchas.
En tercer lugar, porque aunque en el párrafo anterior he dicho que no comprendo cómo se deja la razón por el sentimiento, en realidad sí lo comprendo. Lo he visto y vivido durante demasiado tiempo en el País Vasco y es algo que no le deseo a nadie. Uno empieza buscando argumentos para justificar ciertas expresiones de su sentimiento y acaba defendiendo cualquier cosa que parezca beneficiarlo. Todos hemos visto cómo gente en principio sensata ha acabado aireando opiniones de gente como Otegi o Assange, o aceptando el beneplácito de políticos interesados en la división de Europa, o buscando solo razones para defender su postura sin ningún critica a la postura de “los suyos” y criticando toda postura de los “otros”, o creyendo que una declaración de un político extranjero es un inminente reconocimiento de la independencia, o acabando por llamar fascista a casi cualquiera que no esté de acuerdo con el procés.
En cuarto lugar, porque la polarización implicada por el punto anterior hará más difícil la convivencia en Catalunya. Espero y deseo que dentro de veinte años los catalanes no tengan que leer un libro parecido a Patria, que muchos vascos ahora leemos con cierta vergüenza y preguntándonos cómo pudimos permitir ese fraccionamiento de la sociedad. Afortunadamente, estos años del procés son pocos y durante ellos no ha habido terrorismo, lo que debería permitir restaurar la convivencia más fácilmente. Los independentistas deben darse cuenta que no pueden ser el pensamiento hegemónico de una sociedad plural. La mayor facilidad para movilizarse y conseguir que el discurso independentista sea más oído o sea tenido por el normal en según qué conversaciones, no es argumento para que deba ser así. No puede ser que un no independentista no se atreva a expresar su opinión en un grupo de amigos, colegas o claustro de profesores por temor a ser mal visto.
En quinto lugar, porque Catalunya ni está oprimida ni agraviada por el resto de España. No lo está en comparación con otras CCAA españolas ni en comparación con otras regiones de otros países. El tema de las balanzas fiscales y la inconstitucionalidad de algunos artículos (pocos) del Estatut que tuvieron que modificarse difícilmente justifican una rebelión. Los distintos gobiernos centrales han estado negociando y llegando a acuerdos con los distintos gobiernos y partidos catalanes desde 1977. El que las negociaciones se estanquen durante algunos años son gajes del oficio. Los dirigentes del procés han usado esos argumentos de manera torticera. Al final, lo único que hay es un deseo de ser independientes por parte de estos dirigentes. Los agravios se inventan o exageran según sean necesarios para la propaganda, incluido el “no nos entienden”.
En sexto lugar, y sin ánimo de ser exhaustivo, porque el procés ha dañado mucho la posibilidad de hacer las cosas de otra manera. Siempre he defendido, por ejemplo, la conveniencia de que todos los niños de España reciban en algún momento un cierto acercamiento a todas sus lenguas (aquí). No digo que las aprendan, sino que sepan unas pocas cosas de ellas: cómo saludar, cómo pronunciar más o menos sus nombres, contar hasta diez, leer algunas poesías fáciles y aceptar como propias las canciones y la cultura no expresadas en castellano, por ejemplo. Esto permitiría que, a su vez, en los medios de comunicación, estas manifestaciones culturales tuvieran algo más de cobertura. Negociar que puedan pasar estas cosas está ahora un poco más difícil por culpa del procés.
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