Por qué, pase lo que pase, siempre concluimos que hay que seguir adelante

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia

                                           “Horizontes”- Francisco Antonio Cano

    “Todas las experiencias sufridas, todos los desencantos, todas las angustias que ha padecido desde hace un millón de años, no han sido capaces de impedir que el hombre en primer movimiento sea optimista. El sencillo fenómeno tiene una trascendencia que no es fácil exagerar. Porque hay sobradas razones para que el hombre no sea optimista y no hay ninguna para que de suyo, inicialmente y en su más pura espontaneidad, resulte que lo es” (Ortega y Gasset[1]).

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   Ortega habla de “sensibilidad para el más allá”, la cual supone dos cosas: “una, fe en la vida al esperar que la porción ignorada de ella es mayor y mejor que la ya sabida; otra, fuerza creciente en la persona, porque el horizonte no se amplía nunca o casi nunca por sí mismo, sino que lo ensanchamos empujándolo con los codos de nuestra alma, que para ello necesita dilatarse, rebosar hoy su volumen de ayer”[2].

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    “Todas las creencias y también las ideas, que se refieren al orden del mundo, la figura de la realidad, están sostenidas por la esperanza” (María Zambrano[3]).

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“Creo, ¡dame, Señor, en qué creer!” (Miguel de Unamuno[4]).



[1] Ortega y Gasset: “Goya”, O. C. Tº 7, pp. 512-513..

[2]Ortega y Gasset: “El Espectador”, Vol. VIII, O. C. Tº 2,pág. 741

[3]María Zambrano: “Hacia un saber sobre el alma”, Madrid, Alianza, 1987, p. 95.

[4]Miguel de Unamuno: “Del sentimiento trágico de la vida”, Madrid, Espasa Calpe, p. 152.