Hace pocos días, se producía un hecho poco habitual en las misiones de paz de Naciones Unidas: el general keniano Johnson Mogoa Kimani, jefe de los cascos azules en Sur Sudan fue despedido por Ban Ki-Moon después de que una investigación le acusara de “responder de forma caótica e ineficaz” a la crisis que se desato el pasado 11 de julio en Juba. Durante varios días, los enfrentamientos entre el ejército gubernamental de Salva Kiir y los partidarios de su antiguo vice-presidente Riek Machar causaron al menos 300 muertos y miles de heridos.
En medio de aquel pandemonio, se acusó a los cascos azules de no haber intervenido mientras una de las milicias entro en un hotel donde había numerosos expatriados alojados y durante varias horas se dedicaron a violar y matar sin que nadie se lo impidiera. La base de los soldados de la ONU se encontraba a pocos metros, y pesar de numerosas peticiones de auxilio, nadie movió un dedo. Lo más llamativo del caso es que, tras conocerse el despido fulminante del general Johnson Mogoa (por una acción que en otros países habría enviado al incompetente militar a un consejo de guerra), el gobierno de Kenia se ha enfurecido y ha dicho que, como protesta, retirara a sus mil efectivos de UNMISS, la misión de paz de la ONU en Sur Sudan.
Por desgracia, las acusaciones de ineficacia de los cascos azules en países en crisis son bastante habituales. En la República Centroafricana, donde yo mismo trabajo como personal civil en la misión de la paz de la ONU (conocida como MINUSCA) se han dado varios casos. Uno de los últimos tuvo lugar en la ciudad de Kaga Bandoro a mediados de octubre, cuando una disputa local que se saldó con la muerte de un presunto atracador musulmán provoco las represalias de los milicianos de la Seleka, que durante varias horas recorrieron los barrios cristianos de la ciudad disparando a voluntad. Al final, hubo al menos 30 muertos, y un campo de desplazados fue incendiado. Los cascos azules estacionados en Kaga Bandoro se enfrentaron a la Seleka, matando a doce de los milicianos, pero numerosos testigos acusaron a los contingentes allí presentes (de Pakistán y de Burundi) de haber reaccionado demasiado tarde e incluso de haber dejado pasar a los milicianos para cometer sus tropelías.
Llevo muy poco tiempo en una misión de paz de la ONU como para saber exactamente donde está la causa del problema, pero si que me atrevería a decir varias cosas: la primera de todas, que a menudo hay un desajuste entre el mandato que se da a los cascos azules, que no suele ser ofensivo puesto que se considera que van a “mantener la paz”, y la realidad en el terreno. En un contexto en el que dos partes en litigio han firmado un acuerdo de paz y se han comprometido a desarmarse, todo está bastante claro: los soldados de la ONU van para supervisar que esos acuerdos se cumplan y garantizar un mínimo de seguridad. Pero en la práctica las cosas suelen ser mucho más complicadas, empezando porque en los conflictos que se dan en África casi nunca han “dos partes”. En el caso de la República Centroafricana estamos aún en guerra, por lo que en realidad no hay una “paz que guardar”. Además, aquí hay por lo menos 13 grupos armados. Once de ellos firmaron, el año pasado, un acuerdo por el que se comprometieron a desarmarse y desmovilizarse, pero en numerosas ocasiones se dedican a cometer todo tipo de tropelías contra la población y el documento es poco menos que papel mojado. Cuando dos de estos grupos se enfrentan, los cascos azules tienen orden de interponerse para poner fin a la batalla. Pero a menudo, una parte de la población percibe a uno de esos grupos rebeldes como su “protector”, y piden a los soldados de la ONU que se pongan de su parte, lo cual es imposible porque entonces se perdería la imparcialidad.
Otro problema tiene que ver con los propios contingentes. Está muy bien que el Consejo de Seguridad apruebe el envió de 12.000 cascos azules, como es el caso en Centroáfrica. Pero entonces surge la pregunta: que países están dispuestos a mandar tropas. No raramente, uno se encuentra con contingentes que en sus propios países son incompetentes o que incluso han participado en serios abusos contra sus propias poblaciones. En enero de este ano, por ejemplo, Nueva York tomo la decisión sin precedentes de repatriar a algo más de 800 cascos azules congoleños después de que se descubriera que un buen número de ellos estaban implicados en casos serios de abusos sexuales. Cuando el presidente de su país quiso enviar otro batallón para sustituirlos, los que se ocupan de hacer las investigaciones previas en Nueva York pusieron el veto al descubrir que su historial en su propio país era de pena. Algo parecido ha ocurrido con un grupo de policías de Burundi que han servido en la MINUSCA a los que no se ha renovado el contrato tras descubrir que el año pasado cometieron abusos contra su propia población civil.
Hay otros casos que claman al cielo, como cuando cientos de soldados de un determinado pais llevan un año trabajando en la misión de paz, y al cabo de ese tiempo se descubre que aún no han recibido sus salarios. Según las reglas de la ONU (que se dan las propias naciones que la componen, no olvidemos), Nueva York transfiere el dinero a las autoridades de los países que proporcionan las tropas, y son ellas las que tienen que pasar los salarios a las cuentas corrientes de sus soldados. Imaginemos como va a tener la moral un soldado al que se le pide que arriesgue su vida en un país que no es el suyo, y que sabe que su familia está en dificultades porque llevan varios meses sin recibir el sueldo que le corresponde.
Yo, con lo que veo a diario en este país, pienso que a pesar de todo la situación estaría muchísimo peor si los 12.000 cascos azules no estuvieran aquí, aunque evidentemente hay mucho que mejorar. Aunque hay casos de incompetencia manifiesta, la mayor parte de los soldados (mauritanos, marroquíes, congoleños, cameruneses, gaboneses, ruandeses, indonesios, etc) bajo la bandera de la ONU patrullan en zonas difíciles, median en conflictos, evitan que más a menudo de lo que pensamos degenere la inseguridad y salvan muchas vidas. Por desgracia, cuando cometen un fallo se ve en seguida, pero cuando hacen bien su trabajo mañana tarde y noche su eficiencia no es tan evidente.
Y por desgracia cuando, como en el caso de Sur Sudan, se toman medidas drásticas y se despide al responsable de la chapuza que ha causado la muerte de muchas personas, ya ven cómo se las gastan ciertos gobiernos.