Encorsetada entre la Gran Vía de San Francisco y la Ronda de Segovia, a pocos metros de la Puerta de Toledo el paseante se topa con esta tranquila calle residencial cuyo primitivo nombre fue Calle de la Paloma Baja hasta que una peculiar vecina cambió para siempre su destino.
Para abrazar su historia hay que retroceder hasta medidos del Siglo XVIII, periodo en el que abundaban entre la población supuestos sanadores que ofrecían al pueblo servicios y remedios de los más variopinto. En esta ocasión nos vamos a centrar en una en concreto, Juana Picazo. Lo que hizo especialmente famosa a esta curandera fueron sus métodos ya que para sanar a sus clientes les aplicaba sobre la zona castigada una ampolla de vidrio que utilizaba como ventosa. Así hacía frente a males como dolores e inflamaciones y, por lo visto, sus pacientes (a los que cobraba cuantiosas sumas de dinero) en un primer momento solían quedar más que satisfechos.
Según decía la propia Juana su secreto radicaba en que su herramienta de trabajo, la ampolla de vidrio, había pertenecido e incluso sido utilizada, por el mismísimo patrón de Madrid, San Isidro.
El caso es que la buena fama de esta mujer con el paso del tiempo se fue poniendo en duda y finalmente algunos de sus pacientes, que se sentían estafados al ver como sus dolencias no mejoraban a la par que sus dineros menguaban, optaron por darle un castigo ejemplar. Según parece a Juana le cortaron el pelo al cero, la embadurnaron en una sustancia pegajosa y posteriormente la cubrieron con plumas. Por si aquello no hubiera sido suficiente, para mayor escarnio, la montaron en un burro y la pasearon con semejante aspecto por plazas y calles de Madrid, todo mientras era insultada y golpeada por una masa enfurecida.
Después de este capítulo se diluye el rastro de esta curandera cuya vida, a partir de entonces, dejó de estar ligada a Madrid ya que, al parecer, fue expulsada de la ciudad. Sin embargo, su vivienda y “consulta” ya eran suficientemente conocidas como “de la ventosa” y por ende, posteriormente la calle quedó así bautizada hasta nuestros días.
Como podéis ver, en el azulejo que Alfredo Ruiz de Luna pintó para ilustrar esta calle aparece magistralmente recogido este secreto.