Esta declaración es dramática: no sabemos pedir lo que debemos. Somos como niños: creemos que una golosina es la cosa más deliciosa del mundo; pero, la mamá sabe que necesitamos comer verdura, y nos la hace comer a la fuerza. Quedamos contrariados; lloramos. Pero un día, cuando el niño crece, no le resta otra cosa sino agradecer a la madre.
Lo mismo sucede con nosotros. Nos engolosinamos con las cosas de esta vida y, si las perdemos, creemos que Dios nos ha abandonado y no nos ama. Pero, el tiempo se encarga de demostrarnos lo engañados que estábamos.
Haz de este un día de confianza en Dios. En primer lugar, entrégale el corazón a Jesús, y después, confía en él aunque las cosas no salgan como tú lo deseas, porque “sabemos que a los aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.