«Lunes antes de almorzar, fue Carrero a rezar, pero no pudo rezar porque tenía que volar…«. Esto cantaban quienes brindaban por el asesinato del entonces presidente del Gobierno de España, un magnicidio del que todavía nos queda mucho por saber, del que aún no se sabe la verdad, a pesar de haber transcurrido medio siglo.
Para empezar, no hubo demasiado premura por detener y llevar ante los tribunales a los responsables de que aquel 20 de diciembre el vehículo en el que se desplazaba volara hasta un quinto piso y fuera a parar a un patio interior, muriendo en el acto Carrero, su chófer y su escolta. Apenas se dieron prisa en analizar el tipo de explosivo utilizado y las investigaciones se «ralentizaron» en más de una ocasión. Y, finalmente, los supuestos autores del atentado, miembros de ETA, fueron amnistiados y sacados de España en un vuelo militar y el Estado Español financió su vida en un país del norte de Europa.
También sorprende que los terroristas de ETA fueran tan precisos que apenas causaron daños colaterales, cuando ETA nunca ha tenido reparos en llevarse por delante a cualquier viandante, y más todavía, la organización terrorista vasca de entonces era completamente inexperta y poseía escasos medios, en comparación con la que acabó aterrorizando a los españoles durante las siguientes décadas.
¿Cómo pudo un comando semiadolescente, con la sola ayuda de un manual de minería comprado en La Casa del Libro, abrir un túnel de siete metros en el centro de Madrid sin ser detectado y ejecutar el atentado más profesional de la historia de ETA?
A las ocho de la mañana del 20 de diciembre, el día que murió Carrero Blanco, los servicios secretos españoles ya están presentes en la calle Claudio Coello. Son 14 agentes divididos en dos grupos de siete. Al primer grupo se le da vacaciones por Navidad; el segundo recibe instrucciones de regresar a la base. Una hora y media después, el presidente vuela por los aires.
Pese a que el jefe de la escolta de Carrero había pedido en sucesivas ocasiones que se reforzase la protección del mandatario, nunca recibe respuesta de la Dirección General de Seguridad. Aquella mañana, Carrero acude a misa con una escolta mínima.
Si algo esperaban los españoles después del atentado era una reacción furibunda del regimen, sobre todo conociendo que la relación entre Franco y Carrero Blanco recordaba la de un padre con su hijo predilecto. Sin embargo, la reacción del caudillo sorprendió tanto fuera como dentro del Gobierno. Al ser informado del asesinato, Franco no cambió la expresión facial y se limitó a decir: «Son cosas que pasan, qué se le va a hacer».
Once días días después, en la Nochevieja de 1973, Franco nombra presidente del Gobierno a Arias Navarro, que a la postre era el encargado de la seguridad de Carrero como ministro de la Gobernación. Es un acto con dos escándalos. Por un lado está la foto de Arias Navarro riéndose a carcajadas junto a Carmen Polo, esposa de Franco, rompiendo cualquier protocolo de luto y alimentando las teorías de que Polo era la valedora de Arias Navarro en El Pardo.
Por el otro, el discurso de Franco deja boquiabierta a media España. En un momento dado, el dictador afirma en público: «Es virtud del hombre político la de convertir los males en bienes. No en vano reza el adagio popular que no hay mal que por bien no venga«. «¿Qué quiso decir con eso de que no hay mal que por bien no venga?», lamenta uno de los nietos de Carrero en el documental. Aquella frase dejó descolocados a muchos.
Ante la pasividad de Franco, el coronel de la Guardia Civil y otros mandos militares iniciaron la represión por su cuenta, si bien fueron inmediatamente requeridos desde El Pardo para que se detuviese cualquier iniciativa personal.
Dieciséis horas después del atentado, un comisario de la policía francesa se presenta en la embajada de España en París. Le explica al embajador Cortina Mauri que tiene localizado al comando que mató a Carrero en un piso de la ciudad y que, si quieren actuar, han de hacerlo cuanto antes. La oferta es inmejorable: ellos ofrecen la información y se hacen a un lado durante las detenciones a cambio de no figurar en la historia.
La respuesta de Cortina Mauri les hiela la sangre tanto al comisario como al secretario de la embajada: «¡Déjate de historias! ¿Y para esto me haces venir tan temprano?«. El ambiente en la embajada se caldea tanto con la decisión de Cortina Mauri que el embajador amenaza con volverse a Madrid para desentenderse de la cuestión. En una de las llamadas, Cortina Mauri le adelanta a López Rodó, ministro de Exteriores, que se vuelve a España esa misma tarde. «¡Qué dices! Pero cómo te vas a volver ahora, que es cuando más te necesito en París», le espeta el ministro.
Cortina Mauri, desafiando una orden directa de un superior, vuela hacia Madrid. A los pocos días, López Rodó es destituido de la cartera de Exteriores, que pasa a manos de Cortina Mauri.
El encargado de investigar el caso es el fiscal del Tribunal Supremo Fernando Herrero Tejedor. En la apertura del año judicial de 1974, 10 meses después del atentado, dice en su discurso público: «La vinculación de los procesados con la banda ETA está probada sobradamente. Pero la participación a título de inducción, o colaboración, de otras organizaciones es materia que también corresponde al sumario en trámite».
En su informe judicial, Herrero Tejedor dejaba claro que ETA no había actuado sola. El testigo lo recogió el juez De la Torre, que años después aseguraría a Interviú que «la CIA estaba al cabo del asesinato de Carrero» y que tenía la «profunda convicción de que los inspiradores del atentado se han quedado a la sombra«. En el verano de 1975 Herrero Tejedor murió en accidente de tráfico.
Ambos fueron relevados del caso, pasando a la Justicia militar.
Ninguno de los miembros del comando Txikia, el que asesinó a Carrero, fue juzgado. En 1975, gracias a la infiltración del agente Lobo en ETA, las autoridades españolas logran detener a Wilson y a Atxulo durante un atraco en Barcelona. Pasan dos años en prisión en que son interrogados en decenas de ocasiones sin que quede documento alguno de su declaración.
Dos años después, los etarras se benefician de la ley de amnistía de 1977 y quedan libres de cargos. El Estado les monta en un avión militar y les financia la vida en el norte de Europa. Desde entonces, no han vuelto a decir una palabra de aquel atentado.
¿Se incia la «Transición» con el asesinato de Luis Carrero Blanco»?
En bastantes análisis históricos y políticos sobre la Transición española se hace constar ese momento como inicio del proceso que llevaría al país a la democracia: Carrero parecía ser la persona llamada a perpetuar, o al menos prolongar, el franquismo después de la muerte del dictador, un ‘hecho biológico‘, como entonces se decía, que no parecía demasiado lejano: Franco tenía 81 años y padecía la enfermedad de Parkinson. De hecho, el siguiente verano se declararía una flebitis y fallecería en noviembre de 1975. Carrero era una persona de probada eficacia, de prestigio entre el principal soporte del régimen -el Ejército y la policía- y conocedor de todos los resortes del estado aunque, a decir de algunos de sus colaboradores, demasiado ‘ordenancista’ y tendente a seguir procedimientos reglados y versiones oficiales.
En el momento de su asesinato Carrero tenía 71 años. Una edad ya avanzada como para pensar en una larga permanencia en el poder, pero en el momento, era el ‘hombre fuerte’ de un régimen que, aunque ya había presentado algunas fisuras antes, se empezó a descomponer rápidamente tras su asesinato. Estaba ya decidido que, tras Franco, el Jefe del Estado sería el príncipe Juan Carlos, ya como rey. Sin embargo era opinión general que Carrero -que había sido su principal valedor– ‘tutelaría‘ la acción de gobierno. El sueño de los afines al régimen era «un franquismo sin Franco» o «después de Franco, las instituciones».
Pero como tantas veces ha sucedido en la historia de España, el asesinato a ha dado lugar a diversas explicaciones «extraoficiales» o teorías de la conspiración. Quizá sea un efecto de la escasa confianza del país en sus gobernantes, dada la forma en que estos han manejado demasiadas veces el poder, pero esa es otra historia. El caso es que cuando la atención del país dejó de estar absorbida por asuntos de importancia inmediata (más o menos desde 1982-83, final ‘oficial’ de la Transición) se empezó a volver a la mirada sobre la historia reciente. Y en el asesinato de Carrero aparecieron varios puntos oscuros y cabos sueltos.
Son varias las obras y estudios que se han ocupado en profundidad del caso (‘Matar a Carrero, la conspiración’, de Manuel Cerdán, 2013, ahora actualizado como ‘Carrero, 50 años de un magnicidio maldito’; ‘Golpe Mortal’, de Ismael Fuente, Javier García y Joaquín Prieto, 1983; la inicial ‘Operación Ogro’, de 1974, numerosos artículos y secciones de obras históricas, también es interesante ver la serie ‘Matar al Presidente’ de Movistar +…)
Volvamos a retomar algunos de los detalles que no encajan con la historia oficial: Un comando etarra urdió y ejecutó el atentado sin ayuda de nadie. Versión que defienden ETA y su entorno de forma entusiasta y jactanciosa.Ver similitudes con el asesinato de Kennedy (EE.UU, 1963), ya es cosa de cada cual.
– Los Estados Unidos desconfiaban de Carrero, fiel a la corriente antinorteamericana del nacionalismo español, existente (con razón) desde la guerra de Cuba y y también por el pequeño apoyo estadounidense a la República en la Guerra Civil (apoyos privados, de los que también gozó el bando franquista). Carrero se oponía a la renovación del acuerdo sobre bases estadounidenses en España, aceptadas en los años 50 por angustiosa necesidad económica-, había creado problemas para su uso durante la guerra del Yom Kippur para el apoyo a Israel (se estaba en Guerra Fría (USA-URSS, además).
– EE.UU conocía además, que en España se estaba llevando a cabo un programa de fabricación de armas nucleares (el ‘Proyecto Islero’), lo que convertiría a España en un aliado incómodo, a la manera de la Francia de Gaulle.
– Algo que merece ser destacado es que a la oposición antifranquista histórica, los comunistas, el atentado no les beneficiaba pues habían adoptado una estrategia de resistencia no violenta ya desde los años 60. Además, el día del atentado empezaba el Proceso 1.001, contra dirigentes del ilegal sindicato Comisiones Obreras. Sí hubo disidentes comunistas que presuntamente colaboraron con ETA, como el dramaturgo Alfonso Sastre y su esposa Eva Forest, luego detenidos por el brutal atentado de 1975 en la Calle del Correo. El PCE marcó de inmediato distancias.
– Consta que las fuerzas de seguridad recibieron informaciones y avisos de que ETA preparaba una acción en Madrid y fueron pasadas por alto o, directamente, se dio orden de frenar acciones iniciadas al respecto.
– El etarra «Argala» fue asesinado en 1978 por ‘grupos incontrolados’ según la versión oficial en venganza al asesinato de Carrero, según otros porque sabía demasiado.
– La periodista Pilar Urbano acusa directamente, en el documental ‘Matar al Presidente’, a ‘miembros de la CIA’ de entrar en el túnel en el que los etarras colocaron el explosivo y cambiar la dinamita dispuesta por el explosivo C4, mucho más potente. En otras versiones se habla de una mina antitanque.
– Carrero se entrevistó con Henry Kissinger, secretario de estado USA, el día anterior a su asesinato en la embajada de EE.UU. No se alcanzaron acuerdos sobre las bases. Kissinger, que pensaba salir de España el mismo día 20, abandonó Madrid inmediatamente después de la entrevista.
– El atentado y su cuidadosa y aparatosa preparación, con trabajos en el interior y el exterior, tuvo lugar en pleno centro de Madrid, a 200 metros de la embajada de EE.UU.
– Como se sabe, el coche en el que viajaban Carrero Blanco, el conductor y su escolta, también asesinados, cayó sobre el patio de la residencia-colegio de los jesuitas en Claudio Coello. Ese día tendría que haber habido alumnos en el patio, pero se les había dado vacaciones anticipadas dos días antes. La razón aducida era que el coro debía actuar en Navidad.…
Carlos Aurelio Caldito Aunión