Por tierras bávaras

Por Mteresatrilla
Tras más de hora y media haciendo cola delante del mostrador de Hertz en el aeropuerto de Memmingen, al fin teníamos las llaves del Ford Focus familiar que nos acompañaría a lo largo de los próximos cuatro días por tierras bávaras y tirolesas. Todos los planes para la primera tarde se habían esfumado pero a pesar de ello y a pesar también de que Alemania nos había recibido con un tiempo horribilis y una niebla que dejaba escapar un frío chirimiri, teníamos por delante unos días que pensábamos aprovechar al máximo.
En este viaje nos acompañaban también mis padres y quería llevarlos a un sitio especial. Nos alojamos en un acogedor apartamento para cinco personas con vistas al Lago Weissensee, a cinco minutos de Füssen y por tanto de los Castillos reales de Neuschwanstein y Hohenschwangau. El lugar prometía pero cuando llegamos ya había oscurecido. Lo primero que hice a la mañana siguiente fue dirigirme hacia la terraza y apartar las cortinas para ver con luz de día si el paisaje que había admirado en fotografías no sería un montaje publicitario. ¡Nada más lejos de la realidad!. No puedo describir la primera sensación que me causó aquella imagen de auténtica postal. El lago como un mar de plata, rodeado de montañas y de bosque con sus espectaculares colores otoñales que iban del amarillo al rojo, pasando por todas las tonalidades de verde y ocre, un magnífico escenario que me dejó en las nubes durante un buen rato.
Ya de nuevo con los pies en el suelo, planeamos ir hasta Munich pero haciendo un alto en el camino para visitar la Iglesia de Wieskirche, una iglesia en plena naturaleza que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1983. El viaje transcurrió entre prados escandalosamente verdes y bosques multicolores. La iglesia de Wieskirche se levanta en una pequeña colina rodeada de prados donde pastan tranquilamente algunos caballos. Su modesto exterior esconde una rica decoración rococó que inunda la totalidad del templo. Wieskirche o la Iglesia de Wies significa en alemán “Iglesia en la pradera” y nos cuenta la leyenda que en 1738 la campesina María Lori vio como brotaban lágrimas que se transformaban en perlas preciosas, de una imagen tallada en madera de Cristo encadenado. A partir de aquellos hechos empezaron a llegar peregrinos de diferentes partes del país que querían ver la imagen. Dos años después se construyó una pequeña capilla para albergarla pero enseguida resultó insuficiente. Los hermanos Zimmermann diseñaron y construyeron la iglesia actual entre 1745 y 1754, comisionada por el cercano monasterio de Steingaden. En los años 1802 y 1803 la oposición de los campesinos locales salvó a la iglesia de la demolición durante el proceso de secularización de los bienes de la iglesia por el estado de Baviera, permitiendo de ese modo que continuaran las peregrinaciones. Después de ser proclamada Patrimonio de la Humanidad en 1983, empezó un largo proceso de restauración que terminaría en 1991 pudiendo de nuevo mostrar toda su belleza interior.
No está permitido sacar fotografías, por lo que las del interior que aquí se muestran no son propias. De aquí ya nos dirigimos a Munich, capital de Baviera y tercera ciudad de Alemania con una población de 1.300.000 habitantes. Sus orígenes remontan al siglo VIII cuando un importante obispo poseía un puente sobre el río Isar que le daba el control sobre la ruta de la sal hacia Augsburgo. El Duque Enrique de León lo hizo destruir y se construyó un nuevo puente más al sur, junto al monasterio de Munichen, alrededor del cual se desarrolló la ciudad.
Tenía muchas ganas de volver a Munich. Había visitado la ciudad en 1984 durante el viaje de final de estudios a Alemania. Para mi significó entonces mucho más que un simple premio a los cinco años de carrera; era la primera vez que – salvo los fugaces viajes a Andorra – cruzaba la frontera. Quizás aquel viaje fue el culpable de mi pasión creciente por recorrer mundo. Lo que sí es cierto es que allí se me abrieron de tal manera los ojos que aun no me he atrevido a cerrarlos y a partir de aquel mes de junio de hace ya 25 años se despertaron en mi una serie de inquietudes que alteraron significativamente mi escala de valores.
Ya en Munich y a pesar de ser un sábado, el tráfico estaba muy espeso. Cuando pudimos salir del atasco, dejamos el coche en un parking céntrico y cruzamos Kalstor o antigua puerta de entrada a la ciudad, que se encuentra en la Karlsplatz. La calle Neuhauser Strasse que conduce hasta la Marienplatz estaba realmente abarrotada. Es una zona peatonal muy animada y las terrazas de los restaurantes y cafeterías se van alternando con algunas paradas de frutas y verduras y con los múltiples comercios, especialmente de ropa.
A pocos metros se encuentra la Catedral (Frauenkirche) que destaca por sus verdes cúpulas. El interior es de estilo gótico pero no está tan ricamente decorada como la mayoría de catedrales europeas. Continuamos hasta la Plaza del Ayuntamiento o Marienplaz, el auténtico centro vital de la ciudad. La recordaba diferente y sobretodo mucho más grande. ¡Cómo nos traiciona la memoria!. La primera reacción fue pensar que la plaza había cambiado pero, claro está, la que ha cambiado soy yo. No es que me decepcionara, ni mucho menos, simplemente la recordaba distinta. El edificio del Ayuntamiento es una maravilla aunque necesita un buen lavado de cara. Ocupa un lado entero de la plaza y merece la pena mirarlo y admirarlo detenidamente. Es un edificio de estilo neogótico, construido entre 1867 y 1909.Destaca su carillón, por donde aparecen figuras mecánicas a tocar las horas a las 11:00, a las 12:00, a las 17:00 y a las 21:00.Este reloj fue fabricado para exorcizar la plaga de la peste de 1517, y de ahí sus adornos relativos al zodíaco, los planetas y ritos paganos antiguos. La figura dorada es la Virgen María que da nombre a la plaza. Este carillón se compone de 43 campanas y 32 figuras de cobre. Hay dos danzas diferentes: Arriba está representado el torneo celebrado en 1568 con motivo de la boda del Duque Guillermo V y Renata de Lorraine. En la parte inferior se ven tres figuras celebrando el final de la peste que asoló la ciudad entre 1515 y 1517. No hace falta decir que en la plaza hay un ambiente estupendo y los músicos callejeros animan a la multitud de turistas que allí se concentran.
A escasos pasos de la plaza se encuentra la Iglesia de San Pedro o Peterskirche, la más antigua de la ciudad, construida en el año 1180. El principal motivo de nuestra visita como el de la gran mayoría de visitantes, era subir a la torre del campanario para poder contemplar una estupenda panorámica de Marienplaz y de la ciudad. Para acceder a la torre se debe salir del templo y entrar por una puerta lateral previo pago de 1.5€ Los 302 escalones de la empinada escalera de caracol te dejan un poco exhausto pero el esfuerzo bien merece la pena. La plataforma es muy estrecha y todo el mundo lucha por hacerse un hueco donde poder posicionarse. La ciudad ha conservado la tradición de no permitir a ningún edificio sobresalir por encima de las torres de la Catedral y el aspecto de los tejados muniqueses bajo las torres de sus múltiples iglesias no decepciona. Se alcanza a ver el estadio de fútbol Allianz Arena, la Torre Olímpica y el estadio, así como la casa BMW con su original edificio.
La ciudad abarca una gran superficie donde destacan los jardines y zonas verdes. Al bajar de San Pedro seguimos paseando por las calles cercanas fijándonos en las bonitas fachadas e intentando no perder detalle. Cualquier visita a la ciudad de Munich debería incluir la cervecería Hofbräuhaus, toda una institución. Los monjes de Munichen iniciaron la mayor tradición de la ciudad al inventar la cerveza, que llamaban pan líquido, para poder seguir trabajando pese al escaso alimento durante la cuaresma.La cerveza es una religión en Alemania, y particularmente en Munich. Cada año, la Oktoberfest convierte la ciudad en una gran cervecería, cubierta de carpas por todas partes, para consumir cinco millones de litros en los quince días que dura el festival.Existen en la ciudad varios cientos de cervecerías pero Hofbräuhaus es la más popular y famosa. Fundada en 1589, aparece en las guías de turismo como un monumento más, y es que en realidad es mucho más que una cervecería. Cuando se atraviesa la puerta de la entrada enseguida te das cuenta de que tiene la fama bien merecida. El local es enorme y con un ambiente fabuloso. Una banda de música ameniza la fiesta y se ven algunos clientes (además de los músicos) vistiendo el traje típico de Baviera, con el pantalón corto y tirantes los hombres y los corpiños ajustados y amplias faldas las mujeres. Las mesas están abarrotadas y el griterío es importante. La cerveza va que vuela y las camareras cargan varias jarras a la vez, como vienen haciendo desde hace siglos. Leo que cada día se sirven 10.000 litros de cerveza!. Además de probar la cerveza, aprovechamos para comer y saboreamos un delicioso codillo. Antes de despedirnos subimos al piso superior donde se muestra una interesante exposición sobre la historia del establecimiento a la vez que pudimos admirar otra sala restaurante ricamente decorada. Al salir de Hofbräuhaus el día había empeorado y tuvimos que abrir los paraguas. Nos dirigimos hasta la plaza donde se encuentra el Gran Teatro y la Residencia (Residenz), el palacio donde vivió la dinastía de los Wittelsbach rodeados de todo lujo. Este palacio es uno de los más grandes de Europa y representa el poder de una importante familia que dominó Baviera durante cinco siglos. La casa de Wittelsbach, que recibió la ciudad en 1118 de manos del emperador Federico Barbarroja, mantuvo su poder hasta 1918, y durante todo este tiempo embelleció la ciudad y la dotó de un gran número de hermosos edificios. A pesar de que sufrió de forma importante los bombardeos de la 2ª Guerra Mundial, está prácticamente restaurado en su totalidad. La visita se realiza con un audífono en español y al principio seguíamos las explicaciones sin perder detalle. Si no hubiéramos acelerado un poco, me imagino que aun estaríamos perdidos por aquellas salas interminables. Una visita a fondo requiere como mínimo un día entero pero con unas horas es suficiente para ver lo más significativo. Algunas de las salas son magníficas, como el Anticuarium, un salón renacentista que se construyó para guardar la colección de más de 100 bustos romanos. La Sala de los Antepasados, con una gran colección de retratos de toda la dinastía, la Capilla, la Sala de las Reliquias con una colección escalofriante de restos de supuestos santos. También es interesante el patio Grottenhoff con una gruta hecha totalmente con restos de conchas. Hay tantas salas (se pueden visitar unas 90) y todas tan ricamente decoradas que al final sales con un empacho de dorados y de filigranas. Dejamos el palacio cuya visita nos ocupó gran parte de la tarde y salimos a la Plaza Odeon (Odeonplaz) donde destaca la vistosa, algo chillona según mis gustos, fachada amarilla de la Theatinerkirche, iglesia dedicada a San Cayetano. En esta plaza también se levanta el edificio de la Comandancia militar o Feldhernhalle, presidido por dos enormes estatuas de unos leones vigilando la plaza. Continuamos por una de las calles peatonales que desembocan de nuevo en Marienplaz y desde aquí paseamos tranquilamente hasta el parking donde teníamos el coche. La idea inicial era coger el coche y acercarnos a la zona olímpica, subir a la torre, visitar el estadio y las piscinas olímpicas e incluso el museo de la BMV. El hecho es que ya había casi oscurecido, estábamos cansados, llovía y nos quedaban bastantes kilómetros hasta Füssen, por lo que decidimos regresar a nuestra casita del lago.