Por tierras de Castilla en compañía de Delibes

Publicado el 23 agosto 2015 por Benjamín Recacha García @brecacha

La preciosa Laguna Negra, a los pies de los Picos de Urbión.

Esta primera crónica de unas vacaciones inolvidables empieza en tierras sorianas, en la comarca de Pinares, concretamente en el pueblo de Vinuesa, villa medieval de grandes casonas que reflejan la prosperidad de su pasado indiano. Ubicada junto al pantano de La Cuerda del Pozo, que recoge las aguas de un joven río Duero, y a los pies de la Sierra de Urbión, está rodeada de bosques, a las puertas del Parque Natural de la Laguna Negra y los circos glaciares de Urbión, lo que la convierte en un atractivo destino turístico de montaña.

Nosotros nos alojamos en la Casa Rural Cueva Serena, donde descubrimos una chimenea impresionante que invitaba a hacer buen uso de ella. El edificio está reformado con gusto, sobre todo porque conserva elementos tan interesantes como la enorme chimenea, el horno de piedra y la cocina de leña, todo a disposición de los huéspedes, tratados con absoluta familiaridad por Tonino, su simpático propietario.

Atardecer en las calles de Vinuesa. Fachada de la Casa Rural Cueva Serena, todo un acierto haberla elegido. La impresionante chimenea de la Casa Rural Cueva Serena. No podía desaprovechar la oportunidad de probar la carne soriana…

Aprovechamos la parada en el viaje hacia tierras leonesas para conocer un entorno bellísimo, del que la Laguna Negra es su embajadora más popular. Y con justicia, pues sus aguas oscuras de origen glaciar están rodeadas de impresionantes moles rocosas y tupidos bosques de pino albar que configuran un paisaje de lo más fotográfico. No es de extrañar que inspirara a Antonio Machado para crear algunas de sus obras durante los años que vivió en tierras sorianas.

Placa en Vinuesa, en recuerdo de las referencias literarias de Antonio Machado a Soria.

El único punto negativo de la excursión a la Laguna Negra se lo pondría a la excesiva facilidad para acceder hasta ella. En pleno agosto está plagada de turistas que sólo tienen que pagar un billete de autobús para que les deje a escasos cien metros del agua. Quienes prefieran caminar un poco pueden recorrer a pie el quilómetro y medio desde el aparcamiento donde en verano hay que dejar el vehículo.

Sé que todo el mundo tiene derecho a disfrutar de la naturaleza, pero a mí, acostumbrado a la recompensa de un paisaje increíble tras horas de caminata, esa comodidad para alcanzar el “premio” le resta cierto encanto. Cosas mías, no me hagáis mucho caso.

La Laguna Negra, bajo las imponentes moles de roca de Urbión.

Es la segunda vez que me detengo unos días en Soria. La anterior recorrimos el impresionante Cañón del Río Lobos, las curiosísimas formaciones rocosas de Castroviejo y pueblecitos medievales con encanto como Calatañazor.

Paisajes castellanos que protagonizan los poemas de Machado, siguiendo el curso del Duero, desde su nacimiento en los Picos de Urbión, como seguro que hizo en más de una ocasión otro escritor ilustre que tan bien reflejó en sus novelas el campo de su Castilla natal, y que me ha acompañado en este viaje. Se trata, claro, de Miguel Delibes. Bueno, no él, sino una de sus obras cumbre, El hereje, que no acabé en Soria ni en León, sino acampado en Bielsa.

Cuando leí la última página no pude evitar pronunciar un audible “Maravilloso”. De haberlo tenido delante, habría aplaudido y ovacionado a Delibes. Lo que contienen esas casi 500 páginas es, definitivamente, arte. Un par de días antes había tenido una conversación sobre literatura con Antonio Chéliz, el librero de La General, establecimiento de visita obligada en Aínsa. Hablábamos sobre algunos autores actuales que han conseguido pulsar la tecla adecuada para lograr el éxito comercial y fue él quien dijo algo así como: “Si quieres vender libros tienes que encontrar esa fórmula, no escribir como Delibes”.

Era un comentario que arrastraba cierta resignación. Yo no creo en lo de la buena y la mala literatura, y menos para explicar qué libros tienen éxito y cuáles no, ni mucho menos cuáles son seleccionados por las editoriales y cuáles descartados. Pero si hablamos de calidad, indiscutiblemente El hereje de Miguel Delibes es, insisto, una obra de arte. “Tú abre cualquier novela de éxito actual y lee un párrafo al azar. Vale, más o menos puede estar bien, pero probablemente no explique nada extraordinario. Ahora haz lo mismo con una novela de Delibes. Ay, amigo, eso es otro nivel”. Cuánta razón, Antonio. Y yo soy consciente de que estoy a años luz de un maestro como Delibes, de su dominio del lenguaje, de su capacidad para colocar las palabras adecuadas, no sólo por lo que quiere transmitir el autor, sino porque son exactamente las que deben ir ahí.

Leer a Delibes es casi como canturrear. Sus textos tienen música, y a lo mejor desconoces el significado de no pocas palabras (en El hereje aparecen continuamente referencias a elementos, artículos, objetos, costumbres del Valladolid de principios y mediados del siglo XVI), pero no importa, porque suenan bien, porque sabes que son las adecuadas y, qué narices, si es necesario para eso existen los diccionarios.

¿Qué opinaríais si os dijera que estoy pensando en escribir una novela ambientada en la Edad de Oro española, pero no de aventuras a lo Alatriste, sino sobre los dilemas morales de un burgués que se siente atraído por las ideas innovadoras del luteranismo en expansión en el centro de Europa, a pesar de su sólida formación católica y de la intransigencia de la Inquisición, sedienta de herejes a los que llevar a la hoguera?

Apasionante, ¿eh? Pues de eso, a grandes rasgos, trata El hereje. Por supuesto, hay más cosas. Conocemos primero al padre de Cipriano Salcedo, el protagonista, cuyos negocios heredará a su muerte; seguimos sus aventuras como estudiante en un internado para huérfanos; lo acompañamos en el descubrimiento de la sexualidad y en sus relaciones de pareja…, pero básicamente El hereje es una historia que habla de religión y dilemas morales.

Toda la novela es impecable, aderezada con sutiles gotitas de humor, las imprescindibles para darle al relato el ritmo adecuado. Y lo mejor de todo es la forma cómo el autor va conformando un sólido discurso ideológico que, sin pretender en absoluto moralizar ni conducir al lector, acaba explotando en un desenlace que, desde el punto de vista de un (aprendiz de) escritor, resulta inmejorable. Todas las piezas encajan. Primero, ante la desolación del protagonista, el puzle salta por los aires, pero enseguida las piezas van cayendo para quedar colocadas en el lugar que les corresponde.

La descripción de los ambientes, especialmente el de la escena final, y la manera en que construye la psicología de los personajes para acabar reduciendo discursos que parecían inquebrantables a puro papel mojado, son un modelo en el que cualquiera que desee escribir de verdad debería fijarse, aunque resulte obvio que ese nivel es inalcanzable.

Si habéis leído El hereje entenderéis enseguida la analogía que haré a continuación. Esas gentes ignorantes que se lanzan a la calle, sedientas de un espectáculo de sangre, de muerte, de sufrimiento, carentes por completo del más elemental sentimiento humano, impermeables a cualquier síntoma de empatía, son las mismas que en este país llevan siglos disfrutando con el dolor ajeno. En el siglo XVI lo hacían jaleando las ejecuciones públicas de brujas y herejes; en pleno siglo XXI lo hacen aplaudiendo a quien mata a un animal en medio de una plaza. La motivación es la misma: asistir a la tortura y muerte de un ser vivo.

Ese río Duero que riega las tierras castellanas, desde Soria hasta su entrada en Portugal a través de otro espectáculo natural como son sus Arribes, entre Zamora y Salamanca, fluye también por la provincia natal de Miguel Delibes, Valladolid, la misma a la que pertenece la localidad de Tordesillas. De hecho, ese Duero cargado de vida pasa por esa población que en unas semanas volverá a torturar a un toro hasta la muerte, no en una plaza, sino siendo perseguido a campo abierto, a pie o a caballo, por centenares de mamíferos bípedos armados y con la adrenalina, y nada más que adrenalina, a tope. El Toro de la Vega, una tradición dicen, una fiesta, algo que preservar para alborozo de un puñado de salvajes, y para vergüenza de una especie que, en la actualidad, no va sobrada de cosas de las que sentirse orgullosa.

Leyendo el desenlace de El hereje pensé en esa gente que disfruta con el sufrimiento ajeno y no sólo eso, sino que participa activamente, tanto en Tordesillas como en otros muchos pueblos que continúan haciendo de la tortura una fiesta. Leyendo esas páginas, y aun sabiendo que Delibes era aficionado a la caza (hay un pasaje muy significativo en el libro, en el que el protagonista reprueba a un amigo por el método de caza que utiliza, al no considerarlo justo con la presa), sé que el escritor vallisoletano habría abominado tradiciones como el Toro de la Vega. Ignoro si hizo alguna declaración pública al respecto, pero la manera tan grotesca como presenta a ese populacho violento e insensible me conduce a la analogía y a un pensamiento inquietante: ¿esa misma gente que entra prácticamente en éxtasis persiguiendo en manada, torturando y asesinando a un toro le haría ascos a sustituir al animal por una persona?

Ahí lo dejo. Leed El hereje, visitad Soria y estad atentos a la siguiente crónica.