Ahora, claro, tengo algo más de tiempo para pensar en qué aprovechar el tiempo, aunque el reloj del salón, el que me regaló Tíamariadolores, sigue caminando despacio e indescifrablemente para Niña Pequeña, una aguja detrás de otra, con el lenguaje incomprensible de las líneas de su esfera. Me levanto temprano, más temprano que de costumbre, y aunque nadie me entrega secretamente un premio, mi tiempo mañanero se dilata al ritmo del vaho de mi leche con cacao del desayuno, mientras tecleo, corrijo y planifico. Y el tiempo ese que se escondía detrás de las cortinas de la sala ahora aparece transformado y sin prisa.
No está mal. Estoy orgullosa de haber encontrado más tiempo, que no sabía dónde estaba, de tan oculto. Y si el Negrevercarruaje no se encontrara en el taller, quizá ese tiempo se expandería a límites que no alcanzo a ver ahora. Por lo pronto mañana por la mañana, si nadie lo remedia, el tiempo se quedará retenido entre una taza de té y un libro de muchas páginas, mientras espero a que Niña Pequeña salga de su semanal clase extra de inglés...