Porque a los 96, que se puede perder?

Por Enid
Frente a mi casa, en un pedacito de espacio verde común, hay un flamboyán rojo.  El árbol sufrió mucho durante el huracán Georges y además tiene comején.  Aún así, tiene una copa bien frondosa y cada verano nos regala un espectáculo, ya que se llena totalmente de flores.  Sin embargo, entre el comején, y las hojas y flores que caen, hay varios vecinos que quieren que el mismo sea cortado.  
No les voy a contar de los dimes y diretes a favor y en contra, porque no vale la pena.  Lo que si vale la pena es contarles sobre el esfuerzo de mi vecino de 96 años por salvar el árbol que ha estado en esa calle desde siempre y que como el dice "ha cobijado fiestas de vecindario y dado sombra a los niños que juegan en esa esquina de la calle".
Don Vari se fue a conversar con casi todos los vecinos para informarles que el iba a hacer todo lo que estuviera en sus manos para eliminar el comején y evitar que cortaran el árbol.  Quien le dice que no a una persona de 96 años y que además es un excelente vecino. 
Reclutó un comité de ornato, como le llamó una de las vecinas, y limpiaron el área de piedras y basura.  Retiraron las bromelias que tenía en la base del tronco, y una cheflera enorme que había crecido dónde el tronco se divide en ramas, porque según el, por ahí se aloja el comején.  Dirigió el corte de las ramas que el entendía debían ser cortadas, ya fuera porque estaban secas, maltrechas, muy bajitas o muy largas y así logró darle una forma muy bonita a la copa del árbol. 
Estuvo semanas desbaratando con una vara bien larga las dos bolas de comején y los túneles que hace este insecto.  Dedicó muchas mañanas a sacar la yerba mala y sembrar grama de la buena, y hasta cercó el área para que nadie pisara la grama que estaba creciendo.
Ha pasado un año y no sabemos si alguno de los vecinos haya solicitado al gobierno los permisos para cortar el flamboyán, al menos no hemos sido entrevistados al respecto.  Don Vari sigue desbaratando los túneles del comején porque no ha podido acabar con el mismo, mantiene en buen estado la grama que sembró, se sube a una camioneta a podar las ramas muy bajitas y en las tardes de mucho calor se sienta a leer bajo la sombra y al fresco del árbol que decidió salvar.  Yo lo miro de lejos y le doy gracias a Dios por permitirle esa alegría.