El truco está en reconocer y aceptar tus limitaciones. Porque no hace falta andar para apreciar la frágil belleza de una flor en primavera; porque para maravillarse con el vuelo infatigable de un halcón basta con dirigir la mirada hacia lo alto del cielo durante unos minutos. Porque las piernas no ven, las piernas no oyen, las piernas no sienten... Cuando eres capaz de entender esto, saboreas cada instante como si fuera el último.
Todo comenzó cuando tenía nueve o diez años. Las aves, amables vecinas del hombre, fueron para mi las primeras embajadoras de ese "otro mundo" del que cada vez estamos más separados. Gorriones, mirlos, petirrojos, golondrinas, palomas, estorninos, papamoscas y currucas tienen la culpa de que yo este ahora mismo escribiendo estas líneas.
Para observarlas sólo tenía que asomarme a la ventana de casa y esperar. Otras veces salía al patio y desde mi silla aprendía a identificar las especies más comunes. La naturaleza es una gran escuela al aire libre. Casi sin darme cuenta estaba metido de lleno en una faceta a la que hoy dedico muchas, muchísimas horas.
La naturaleza me ha enseñado que en lo sencillo está la felicidad, y que la felicidad está en uno mismo. Que los problemas no lo son tanto cuando en el canto de un pájaro encuentras un buen motivo para sonreír. Que la soledad no existe cuando te sabes rodeado por millones de criaturas. Estas lecciones de vida son las que me gustaría transmitir con 'El Naturalista Cojo'. Contagiar al lector con mis palabras y empujarlo a descubrir el mundo que le rodea. Sin frenos, sin barreras. Rodando, que es gerundio...
En la Sierra de la Culebra (Zamora) después de una larga mañana de espera al lobo