Revista Arte

Porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, aquello que todavía podemos soportar.

Por Artepoesia
Porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, aquello que todavía podemos soportar. Porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, aquello que todavía podemos soportar.
En la costa del mar Adriático cercana a la ciudad italiana de Trieste unos acantilados bellísimos -los acantilados de Duino- soportarán los cimientos vetustos de un impresionante castillo. Allí, a mediados de 1911, el poeta Rainer María Rilke pasearía ya por entre esos inspiradores acantilados y, de pronto, escribiría: ¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros de los ángeles? Fue el inicio de un libro de 10 poemas al que el poeta titularía Elegías de Duino. La primera estrofa de esa primera elegía continuará diciendo:
Y aún suponiendo que alguno de ellos me acogiera de pronto en su corazón, yo desaparecería ante su existencia más poderosa. Porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, ése que todavía podemos soportar; y lo admiramos tanto porque, sereno, desdeña el destruirnos. Todo ángel es terrible.
Cuando el gran Dalí viese por primera vez el lienzo realista de Jean-Francoise Millet (1814-1875) El Ángelus, quedaría absolutamente obsesionado con él. Nada plasmado ya en una pintura, tan realista además como esta obra de Millet, pudo subyugarle tanto al creador surrealista. ¿Por qué? Millet pertenecía a la tendencia realista, es decir, a esa forma de pintar que no destacaría más que la naturaleza de las cosas tal y como es, sin ocultar ni distorsionar nada. Pero, curiosamente, Millet fue un creador que sí ocultaría a veces cosas, aun a pesar de mostrar las desveladas con una cruda, sincera, ferviente y real mirada. Y así compuso El Ángelus en 1859, una escena campesina de lo más misteriosa. Misteriosa a pesar de él, porque el pintor no quiso nada de eso, quiso representar entonces lo que quería, la desolación ante la pérdida de la vida de un pequeño hijo. Sin embargo, no le dejaron hacerlo así, o él no quiso arriesgarse, o no pudo. 
En efecto, Millet pintaría un pequeño féretro en el lugar en donde ahora vemos un cesto. Pero no hubiese vendido el cuadro, ya que éste fue un encargo y no era eso, exactamente, lo que el comprador estaría dispuesto a pagar. Así que el creador lo cambió, cambio el sentido, pero no la escena. Dos padres oraban ante la desaparición y la frustración de una vida malograda; luego, una pareja oraba ante la hora destinada al ángelus, una costumbre campesina que hacía detener a los trabajadores en su jornada unos minutos a rezar. La obra, en cualquier caso, es impactantemente bella. Dos personas estan absolutamente solas, aunque juntas, en un paisaje aun más desolado todavía. La magnitud de la grandiosidad de la lejanía de cualquier otra cosa con vida, los hace a ellos resaltar aquí aún más en su propia y muy sinuosa soledad. Están detenidos ambos, como absortos además en un mismo ensimismamiento existencial, en su misma y compartida agonía, la misma que el pintor quiso, inicialmente, resaltar.
Pero, ¿qué obsesionó a Dalí, entonces? El genial pintor surrealista escribiría un ensayo incluso, para calmar su deseosa interpretación emocionada de la visión del cuadro de Millet. Lo titularía El mito trágico del Ángelus de Millet. Él fue quien supo, a través de un descendiente del pintor realista, la verdad de lo que escondía el cuadro. Comenzó así su deseo por saber, por averiguar qué podía ocultar el lienzo. Tanto le obsesionó que llegaría a solicitar al museo del Louvre una radiografía de la obra para saber si estaba o no allí oculto lo que quiso ya pintar su autor. En 1963 se hizo, y se vió una masa oscura debajo de la cesta con una forma parecida a un pequeño ataud. Así que, ahora, confirmaría ya su sensación de tragedia vital en esta escena, toda ella representada además en un lugar de cosecha, de fertilidad, de vida, con lo que Dalí interpretaría la imagen como el requiem más desolado sobre la incapacidad de procrear, de sentir, de vivir, de acercarse, así, a esa belleza inmediatamente anterior a todo lo terrible.
Y seguiría escribiendo el poeta Rilke en su elegía de Duino:
Oh, y la noche, la noche, cuando el viento lleno de espacio sideral
nos muerde el rostro; ¿a quién no le queda al menos ella, la anhelada,
que nos decepciona suavemente y con esfuerzo aguarda
al corazón de cada cual? ¿Es la noche más leve para los enamorados?
Ay, ellos solo se ocultan uno al otro su destino.
¿Aún no lo sabes? Arroja desde los brazos el vacío
hacia los espacios que respiramos; quizá de modo que los pájaros
sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo.
(Óleo El Ángelus, 1859, del pintor realista Jean-Francoise Millet, Museo de Orsay, París; Cuadro de Dalí, Reminiscencia arqueológica del Ángelus de Millet, 1935, Museo Salvador Dalí, San Petersburgo, Rusia.)


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