Ejercicio de empatía para practicar en casa:
Me pongo en el lugar de otra. Por ejemplo, de una que ha asistido a la investidura de Monago como Presidente de la Junta de Extremadura en el Museo Romano de Mérida.
El acto es a las siete previa sesión de puesta a punto (lavado y marcado, maquillaje, manicura y cuidado vestuario). En realidad no soy nadie, quiero decir, el primo de un amigo tiene un familiar que conoce a alguien que va a formar parte del Gobierno... o quizás... sí, si soy alguien. Soy la mismísima señora Cospedal, ¡qué carajo!.
Tengo que llegar a menos cuarto al Museo junto con el señor Rajoy, ni muy tarde para retrasar el acto ni muy temprano para que no me den la vara (vea quién quiera en este nombre un juego de palabras con el apellido del ex-presidente).
Estamos en el coche casi llegando al Museo y empiezo a oir tambores sin ton ni son, pitidos, gritos y distingo alguna que otra palabra:"¡.....lalalalala...¡banqueros...lalalalala!...¡lalalala....es una estafa!....¡lalalalalala...a costa del pueblo!...lalalala!".
Cómo no, ahí están, no podían faltar, era previsible, ya nos habían informado, pero el cerco de seguridad parece seguro, claro que si.
Salgo del coche, ahora los oigo con más claridad: "¡Banqueros usureros!, ¡No es una crisis, es una estafa!, ¡Qué bien se vive, a costa del pueblo!...
Pobrecitos, perdónalos señor, porque no saben lo hacen (ni lo que dicen). No tienen ni idea de lo que significa estar en la cabeza de una sociedad. El continuo sinvivir en el que se convierte tu día a día cuando hay que tomar decisiones que todos sabemos que no son más que remiendos en esta deshilachada sociedad. Pero alguien tiene que hacerlo y nosotros, los políticos hemos asumido esa tarea y tenemos que llevarla a cabo, a pesar de las críticas, a pesar de los disgustos, pese a quien le pese, es lo que hay que hacer.
¿No tendrán nada mejor que hacer un viernes por la tarde toda esta gente?
Aqui termino el ejercicio, por falta de riego sanguíneo en el cerebro, porque me estoy haciendo mala sangre y porque ahora me toca contar mi posición.
Llego a las seis y media a una de las calles que tienen acceso al Museo Romano. Me encuentro un dispositivo policial que me dicen que tengo que ir un poco más adelante ya que por ahí no se puede pasar. Hace calor, es Extremadura, Julio, las seis y media de la tarde. Repito, hace calor.
La siguiente calle que me permite llegar hasta el Museo, ¡oops, sorpresa!, también está bloqueada. Conservo la paciencia y sigo hasta la siguiente calle de acceso.
Esta sí, por esta se me permite subir hasta el Museo... perdón, ¿dije Museo? No, me refería hasta el final de la calle desde donde se ve una esquina del Museo.
Ya hay gente gritando, cantando, silbando, vociferando... Me pasan un megáfono: ¡Dí tu algo que casi estoy sin voz!. Y me veo con ese aparatejo en mis manos. " ¿Y yo que digo?" Pues verdades. "¡No es una crisis, es una estafa! ¡Que no, que no, que no nos representan! ¡Vaya... esto es genial! Quizás no tanto, no estoy de acuerdo con muchas cosas de las que se corean... no pongo mi voz al servicio de las ideas que no comparto.
Me gusta mirar a los policías que tenemos delante a la cara y a las personas que pasan y seguir gritando, ¿por qué?.
Porque pensarán que no tengo nada mejor que hacer un viernes por la tarde que vernir aquí. Pero no es así. Simplemente esto lo considero importante, el hacerme oir. El que se enteren que como pueblo no nos creemos que estemos ante una crisis provocada por elementos mágicos o divinos. Qué sabemos que hay responsables, que queremos que aparezcan y que no vamos a permitir que se siga ninguneando al pueblo, porque sin nosotros, no son nada.