“La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”
Aristóteles
¡Wake up!
Un plácido despertar, un susurro que consigue por un instante devolverte al mundo de los vivos. Una extraña voz, casi inhumana nos retorna del estado de semiconsciente al que estábamos atrapados. ¿Otra vez? La sensación de “dejavú” es recurrente, algo que ya se había vivido o eso parece. Tres segundos, fundido a negro y vuelta a empezar. Pero, algo ha pasado, nada es como debería y ni tan siquiera esa robótica voz conoce cuanto tiempo de más has pasado en ese estado de letargo.
Algo extraño sucede, las cosas no están en su lugar y el entorno ha cambiado, está destruido. ¿Nadie te ha avisado? Por suerte, vuelves a escuchar la voz. Esa misma e inquietante voz es tu único vínculo con algo similar a lo humano. Abres la puerta de la habitación y allí está. Un módulo de IA te mira, habla y parece que se dirige a ti. Pero tú sigues sufriendo ese extraño “dejavú” y desconfías. Aquello parece una broma de mal gusto. Pero lo sigues, te dejas guíar por sus estúpidos comentarios.
Sin motivo, sin motivación, sólo guiado por el instinto de supervivencia. Y en tú mente una voz te repite “no hay pastel”. Sin saber porqué te sonríes. Mientras, la robótica voz sigue explicando los motivos de la destrucción y te guía por algo que tú al parecer ya conoces. Aunque sin saber de qué. Al final, un ascensor que conduce hacia la libertad. Un paisaje semiderruido se muestra de nuevo, no queda otra, debes pasar.
¿Quién soy?¿Cuál es el motivo de mi estancia? No hay respuesta. El estado de aturdimiento es tal que no llegas a concretar si tu sexo es hombre o mujer. Pero no hay tiempo, desde tu despertar sólo has podido correr, huir de algún lugar, siguiendo a esa Inteligencia Artificial. Y ahora en el exterior, tras unos pequeños pasos sientes que algo te vincula a esos hierros acumulados. Caminas, buscas en los alrededores, tu mente perversa no deja de repetir “no hay pastel” y de repente ves algo, un módulo de IA tirado, desconectado y no puedes parar de sonreír.
My name is…
Portal 2 se presenta de ese modo en sociedad, no hace falta más. De momento no has lanzado ni un sólo disparo (ni lo harás). Hasta ese momento no llegas ni tan siquiera a poseer la Portal Gun, no es necesario. Algo extraño le sucede a tu mente, cómo si de una película atemporal se tratara, donde al entrar en contacto con “Aperture Science” ésta se disipa y empieza a mimetizarse con el entorno que en el juego se plantea. Wheatley – la IA que nos libera – consigue en pocos segundos recuperar nuestra confianza. ¡La anterior IA ya me la pegó! ¿porqué tu ibas a ser diferente?
Y aún así, le seguimos, confiamos y hasta simpatizamos. Pero hasta ese preciso instante en el que vemos a GlaDoS derruida no nos planteamos quién somos. Algo separa al jugador del avatar del juego, como dos seres distintos que no tienen puntos de conexión. Por un lado, está el jugador con su memoria y sus recuerdos. Con su pasado repleto de pruebas superadas todo por la estúpida recompensa de un simple pastel – recuerda, No Cake No Party – y por otro lado está el avatar, ése que tras despertar no tiene ni sexo. Sin historia, sin pasado y sin identidad. No existen lazos y el carisma está por los suelos.