En el futuro que presenta Pórtico, la humanidad ha descubierto un asteroide que fue abandonado hace medio millón de años por una misteriosa raza alienígena a los que se denomina heechees. El asteroide opera como una especie de estación de tránsito. Existe un hangar repleto de naves de una tecnología mucho más avanzada que la nuestra. Lo único que se sabe es que, si un humano se monta en ellas y la pone en funcionamiento, la nave le llevará a un destino desconocido y volverá al punto de partida. Con estas premisas, el asteroide Pórtico se ha convertido en un lugar muy peculiar, donde acuden algunos humanos sedientos de fortuna, dispuestos a jugarse la vida en un viaje incierto, que puede realizarse en solitario o en compañía de otros. Algunos vuelven con las manos vacías, otros convertidos en cadáveres y algunos otros encuentran algún emplazamiento heechee abandonado y se llevan los objetos extraterrestres que, una vez comercializados, pueden hacer su fortuna. También existe la posibilidad de realizar nuevos descubrimientos científicos, que se pagan según su relevancia. Una situación que nos remite a una constante en la historia humana: los viajes de exploración arriesgados en los que se embarcaban hombres que no tenían nada que perder (recordemos la expansión por América por parte de los españoles, aunque en este caso importaba más el oro y la religión que la ciencia).
El protagonista de Pórtico, Robinette Broadhead, es uno de estos exploradores o prospectores, como se les denomina en la novela, que consiguió convertirse en millonario en su última misión, pero pagó un alto precio por ello, puesto que las circunstancias de los últimos momentos de la misma fueron dramáticas. Ahora intenta recuperarse acudiendo a terapia con un psicólogo-computador llamado Sigfrid. Pohl va intercalando capítulos terapeúticos con otros que describen la estancia de Robinette en Pórtico, dosificando de manera magistral la información. La experiencia del protagonista estará marcada en todo momento por el miedo, por ese invencible miedo a lo desconocido que asalta al ser humano en los instantes decisivos. En cualquier caso, lo que consigue Pohl para el lector no tiene precio: que se haga presente de principio a fin ese sentido de la maravilla que distingue a la mejor literatura de ciencia ficción.