Portishead - Dummy (1994)

Publicado el 10 marzo 2021 por Syntheticman @vozdelosvientos

Con el paso del tiempo, el “trip-hop” ha sido uno de los estilos que mejor ha envejecido de todos los que surgieron en los años noventa. Sus discos más representativos siguen sonando hoy muy frescos, cosa nada fácil cuando han pasado más de 25 años desde la publicación de la mayoría de ellos y es posible que en este hecho tuviera mucho que ver una curiosa circunstancia y es que, además de ser un movimiento muy localizado en un espacio geográfico y en un tiempo muy concretos, sus artistas más representativos no fueron especialmente prolíficos. La discografía de Massive Attack, quizá los principales abanderados del género, es muy escasa pero aún lo es más la de la banda que traemos hoy al blog. Hablamos de Portishead, formación que se incorporó a la escena algo más tarde que el resto pero que a cambio, consiguió un estilo absolutamente único, lleno de personalidad y de una elegancia superlativa.

Massive Attack eran una banda poco usual formada por artistas que procedían de ámbitos muy diferentes entre sí. En ese sentido Portishead eran más convencionales pero las diferencias entre sus miembros eran notables, tanto como sus gustos personales en cuanto a música. En principio Portishead eran un dúo formado por un joven técnico de sonido de apenas 22 años enamorado del la cultura del hip-hop y de todas las técnicas sonoras que crecían alrededor de ese estilo como el “scratching” (Geoff Barrow) y una vocalista, siete años mayor que él sin apenas experiencia profesional. La banda la cerraría poco después Adrian Utley, un curtido guitarrista de jazz, quince años mayor que Barrow. La disparidad en cuanto a edades y “background” musical de los integrantes de Portishead explicaría la exquisita mezcolanza de estilos de sus trabajos pero solo una modélica compenetración entre ellos podría darnos la clave de un sonido uniforme, perfectamente integrado y con una personalidad que muchas bandas con décadas de experiencia apenas han logrado en un puñado de ocasiones muy contadas.

“Dummy” fue una especie de milagro. Un disco perfecto. La receta de la tarta Sacher. Una joya construida partiendo de retales e ideas muy dispares aportadas por todos sus miembros. Barrow y Gibbons se conocieron en una especie de cursos para desempleados que formaban parte de un programa de emprendimiento subvencionado creado por la administración Thatcher en los ochenta. Geoff Barrow consiguió un trabajo como técnico en la grabación del segundo disco de Neneh Cherry y aprovechaba los descansos de las sesiones para ir grabando su propio material junto a Beth Gibbons. Parte de ese material terminó en una de las canciones del disco de Cherry lo que también relaciona a Portishead con Massive Attack ya que Robert del Naja fue el autor de uno de los temas del disco de debut de Neneh y la grabación de “Blue Lines”, primer disco de los de Bristol, se hizo en buena parte en los mismos estudios y en la misma época en la que Barrow y Gibbons estaban trabajando con la propia Neneh Cherry.

Parte del material grabado por Gibbons y Barrow llegó a oídos de Adrian Utley de modo que todos ellos comenzaron a intercambiar ideas y a ampliar horizontes. Barrow hablaba de “sampling” y Utley aportaba nuevos sonidos e instrumentos. Hasta llegaron a desarrollar una curiosa técnica por la cual, en lugar de utilizar siempre “samples” de discos ajenos, creaban sus propias bases y las grababan en vinilo para samplearlas o hacer “scratching” con ellas. También consiguieron “envejecer” su sonido maltratando conscientemente los discos llegando a caminar sobre ellos en el suelo del estudio y pisoteándolos reiteradamente.

Portishead en un ascensor.

“Mysterons” - Comienza el trabajo con una fantástica combinación de Fender Rhodes, Theremin, redobles de batería y la guitarra distorsionada de Adrian Utley pero por encima de todo ello, la voz. La arrebatadora voz de Beth Gibbons que lo llena todo en un extraordinario dueto vocal. Y decimos dueto porque el Theremin actúa como otra voz más que da réplica y también sentido a toda la pieza. Una canción espectacular y llena de elegancia que sienta las bases de lo que va a venir a continuación.


“Sour Times” - Los inconfundibles sonidos creados por Lalo Schifrin para las películas de James Bond aparecen sampleados en el inicio de una canción nostálgica, imposible de ubicar en el tiempo. Sencilla en la mayoría de sus elementos, tanto instrumentales como melódicos pero organizada de un modo tan minucioso que aparenta una complejidad que solo es fachada. Una farsa fascinante obra de un ilusionista como Barrow capaz de jugar con el oyente a su antojo.

“Strangers” - Percusión y efectos electrónicos junto con un sample de Weather Report y distorsiones varias son la base de la siguiente pieza en la que la voz de Beth Gibbons aparece degradada, despojada de matices en el inicio para reaparecer imparable solo un momento después. Probablemente es la canción de todo el trabajo en la que la conexión con Massive attack es más evidente.

“It Could Be Sweet” - Las dos siguientes canciones empezando por esta fueron compuestas por Barrow y Gibbons antes de la llegada de Utley a la banda y ciertamente hay diferencias con respecto a lo que hemos oído antes. Los ritmos programados suenan algo menos naturales que las baterías de las canciones anteriores y el sonido es mucho menos oscuro, quizá por la mayor presencia del piano Fender Rhodes y la ausencia de las guitarras distorsionadas de Adrian Utley.

“Wandering Star” - Ritmos machacones marcados por el órgano, y las distintas cajas abren una pieza en la que tiene un papel capital el uso del “scratching” por parte de Barrow que casi actúa como una segunda voz frente la de Gibbons. El uso del sampling es también ejemplar incorporando una harmónica aquí, una guitarra allá, un fragmento de trompeta extraído de un tema de Eric Burdon más adelante... un derroche de imaginación al servicio de una gran canción.


“It's a Fire” - Cuerdas y órgano acompañan a la voz de Beth en el inicio de la pieza pero lo cierto es que pasan completamente desapercibidos ante la excelente interpretación de la cantante, llena de matices y con un control absoluto de su voz. Pese a todo, los arreglos son de lo más logrado y, especialmente las partes de órgano, están muy inspiradas por mucho que palidezcan por momentos ante la comparación con el desempeño vocal de Gibbons.

“Numb” - Aires de jazz nos reciben en una de las piezas claves del disco que, no en vano, fue el primer single. El uso del “scratching” como un instrumento más (con Ray Charles asomando en algún momento) es una de las señas de identidad de una composición en la que Gibbons saca su lado más animal a la hora de cantar. No en cuanto a intensidad sino por el desgarro con el que interpreta alguno de los versos. Curiosamente es una canción que desapareció por mucho tiempo del repertorio de la banda en directo.


“Roads” - Fascinante el uso de la reverberación del teclado inicial que sirve como punto de partida para una de nuestras canciones favoritas del disco con Beth Gibbons explotando el rango más agudo de su voz. Guitarras etéreas y cuerdas sedosas completan un sortilegio que nos ha fascinado desde la primera vez que lo escuchamos.

“Pedestal” - Quizá la canción menos brillante del trabajo. En ella están todos los elementos que aparecen en el resto pero por alguna razón no terminan de funcionar tan bien como en otros casos. Gibbons está bien, Barrow también y los samples (un clásico de Johnnie Ray en esta ocasión), encajan tan bien como siempre pero falta ese “algo” que llame la atención.

“Biscuit” - Otra canción que sigue la estela de la anterior. No es particularmente brillante aunque se beneficia de un toque más oscuro y de la suciedad de los ritmos que combina muy bien con la tesitura más grave de Gibbons.

“Glory Box” - Como ocurre tantas veces, para terminar el disco la banda se deja lo mejor. Una canción basada en un “sample” del disco “Black Moses” de Isaac Hayes y, como no podía ser de otro modo, llena de sensualidad, con la voz de Gibbons distorsionada en las estrofas que suenan como pasadas por un viejo aparato de radio y radiante en el estribillo. Es una canción sedosa, densa, elegante... como de otra época. Y sin embargo es también completamente actual. Un milagro que valdría por todo un disco normalito pero que en este “Dummy” es un cierre a la altura del resto.


Poco más se puede decir de “Dummy”. Un disco que está considerado casi unánimemente como una de las cumbres del “trip-hop” si no el mejor de ese estilo (en dura competencia con “Mezzanine” de Massive Attack en nuestra opinión) y que aparece de modo reiterado, no ya en las listas de los mejores trabajos de la década de los noventa sino que se asoma con frecuencia a rankings de un rango temporal mucho mayor. Es uno de esos discos que, al menos, hay que escuchar una vez para conocerlo, incluso aunque no estemos interesados en los estilos electrónicos o en el propio “trip-hop” porque va más allá tomando elementos del jazz y del soul e integrándolos en un trabajo casi perfecto. Escuchadlo y juzgad vosotros mismos.