A Belém fuimos el mismo día que llegamos. No sé si os comenté en el anterior post que fuimos viajando toda la noche en un tren-hotel. Lo de hotel... En fin, nosotros íbamos en turista, así que asientos de toda la vida. Tuvimos un frío... brrrr... ¡Pero llegamos! Y, tras pasar la mañana de turisteo en Lisboa, por la tarde cogimos un tren a Belém. Allí vimos el monumento a los descubrimientos, el Convento de los Jerónimos, la Torre de Belém y... ¡Los pasteles de Belém! Si vais, tenéis que probarlos sí o sí.
Al tercer día de estar en Portugal nos cogimos un tren a Sintra, el pueblo de los palacios. Tiene monumentos preciosos y muy famosos, y en ellos se han rodado películas. Nuestro plan era ver Quinta da regaleira y el Palacio da Pena, pero a este último llegamos 15 minutos después de que cerraran la venta de entradas. ¡Una putada! Pero, en fin, que no nos fuimos disgustados, porque Quinta de Regaleira fue maravilloso, el palacio más bonito que he visto en mi vida. Y sus jardines... y sus pasadizos subterráneos... ¡Una pasada! Os lo recomiendo muchísimo, yo no dudo que volveré algún día.
Nuestro último día, en el cual teníamos que coger el tren-hotel de vuelta a Salamanca, nos decidimos a ir a Cascais, un pueblecito de costa, perfecto para las vacaciones. Mi madre me insistió mucho en que fuera, pues ella de joven veraneaba siempre allí. Debo decir que antes de ir me imaginaba algo como Villa-Turista, lleno de hoteles y apartamentos en primera línea de playa, pero nada de eso. Igual era porque estábamos en temporada baja, pero me pareció un sitio muy cuco y agradable. Su dosis de turisteo tenía, sí, pero nada tipo Marina D'or. Allí vimos un acantilado espectacular, Boca do Inferno.