Este ambiente enrarecido es propio de la posmodernidad, de esta época en que la frustración es consecuencia inevitable del fracaso de aquel mundo racional que pretendíamos construir basado en el desarrollo tecnológico, la supremacía de la ciencia y la bondad innata de nuestras iniciativas y certezas. Con ellas pudimos superar el antiguo orden natural regido por Dios para elaborar otro más humano, regido por el racionalismo, sin cabida para las supersticiones o las creencias. Pero guerras mundiales, exterminio racial, campos de concentración, bombas atómicas y demás demostraciones de la capacidad humana para la destrucción y el odio nos arrancaron de ese mundo perfecto en el que imperaban la razón y la ética, con su bagaje de derechos humanos, libertades, respeto, justicia, progreso y bienestar. Pronto se destruyeron las certezas absolutas, esas verdades que considerábamos coherentes con la humanidad, con la realidad. Lo absoluto se hizo añicos y se fragmentó. Ya la razón no era absoluta, ni suficiente, ninguna verdad era absoluta, sino perspectivas fragmentadas, aspectos parciales de una realidad tan ecléctica como las distintas versiones de una melodía.
En esta época posmoderna, los hechos objetivos han dejado de ser incuestionables. Lo importante ahora es cómo los percibimos y, sobre todo, la emoción que nos causan. La conmoción (lo que mueve a la emoción) como vehículo para la formación de la opinión pública, fenómeno que explica el triunfo de un hortera, ignorante y mentiroso en la Casa Blanca. Trump es el máximo exponente de la política posverdad. Se trata de un nuevo estadio de la verdad, el denominado como posverdad, que arraiga en el presente y nos empuja a valorar las creencias más que la objetividad incuestionable de los hechos fácticos. Ponderamos como relevante la verdad sentida en vez de la verdad demostrada, revelada. Así, creemos que la inmigración nos debilita y no aceptamos el hecho de que nos fortalece, ayuda y enriquece. En este dominio de la posverdad, las ideas ya no tienen significados precisos, sino que se prestan a una sinonimia de connotaciones múltiples que amparan una cosa y su contraria. De ahí que ayudar a los trabajadores sea, de manera simultánea, facilitar el despido barato y ofrecer un contrato temporal miserablemente remunerado. O que la economía consista recortar derechos y prestaciones. Incluso que la justicia social se base en la fiscalidad del trabajo para que las rentas del capital apenas tributen, pobres crucificados a impuestos para que los ricos se beneficien de amnistías fiscales y múltiples exenciones a la medida.
* Citado por Zygmunt Bauman en Tiempos líquidos, pág. 27.