Post Tenebras Lux

Publicado el 15 diciembre 2012 por Diezmartinez

Empecemos por lo elemental. El cuarto largometraje del (ya no tan) enfant (pero sí) terrible Carlos Reygadas, Post Tenebras Lux (México-Francia-Holanda-Alemania, 2012) tiene una historia -mejor dicho: una temática- bastante simple: vivimos en dos países distintos que se comunican precariamente a través de un lenguaje en el que domina la desconfianza, el resentimiento, la condescendencia. Por lo menos en el cine mexicano contemporáneo, no hay cineasta que haya planteado estas diferencias con más claridad y, al mismo tiempo, con mayor imaginación fílmica. En la primera secuencia de la cinta, una niña pequeña deambula por una cancha rural de futbol, rodeada por la naturaleza: el campo mojado, los árboles a lo lejos, un rayo que marca el horizonte, vacas y perros que acompañan a la chamaquita. En la cuarta secuencia del filme nos enteraremos que la niña se llama Rut, que es la hija menor de Juan y Natalia (Adolfo Jiménez Castro y Nathalia Acevedo) -un afluente matrimonio aún joven que vive en una espaciosa casa de campo en algún lugar del interior de México- y que las imágenes que vimos al inicio bien pudieron provenir de un sueño que la niña tuvo. Así avanzará la película: a través de sueños, pesadillas y delirios, saltando en el tiempo, entre la realidad vivida y el futuro imaginado/deseado. Con todo, es fácil detectar los esbozos de una historia: Juan tiene dinero, un matrimonio no exento de tensiones -¿alguno lo está?-, dos niños preciosos (ambos, Rut y Eleazar,  hijos verdaderos de Reygadas) y una vaga insatisfacción existencial que lo hace caer en algún vicio más o menos secreto -es adicto al porno- y que le provoca súbitos ataques de ira (la golpiza que le propina en off a su perra "más inteligente" llamada "Martita"). Juan hace migas con uno de sus empleados, "el Siete" (Willebaldo Torres), que tiene una familia regada por ahí y un pasado difícil de alcoholismo, drogadicción y cárcel. En lo superficial, Juan y "el Siete" tienen mucho en común. Sin embargo, la desazonante conclusión a la que llega uno después de ver lo que sucede en el filme -paranoia clasista incluida- es que "el güero" Juan y  el susodicho "Siete" no pueden ser y estar más distantes. Curiosamente, el vaso comunicante definitivo entre estos dos personajes, entre estos dos mundos, será la violencia más vulgar -un asalto que termina en tragedia- y la muerte más grotescamente "normal" en México -una decapitación.  Reygadas y su cinefotógrafo Alexis Zabe han diferenciado con claridad los espacios fílmicos/dramáticos en Post Tenebras Lux: cuando la cámara está solamente en interiores -y sólo hay tres secuencias de esta naturaleza de un total de veinte que conforman la película-, las imágenes en formato académico son funcionales, nítidas. En contraste, cuando la cámara está en exteriores,  los contornos del encuadre se ven borrosos, distorsionados, duplicados, como si estuviéramos viendo a través de un caleidoscopio -o una "botella de coca", como diría el colega argentino Roger Koza. Es decir, allá afuera hay un mundo inasible, confuso y peligroso.  ¿Y en interiores, en la casa, con la familia, con los que son como nosotros? El mundo parece más controlado, sin duda alguna, pero ¿de verdad es así? Las imágenes son claras y sin distorsiones, es cierto, pero también en este espacio aparece en dos ocasiones el horror -un demonio con todo y su cotidiana caja de herramientas- y, también, somos testigos de una decadente orgía en algún lugar de Francia, en la que una pasiva Natalia se entrega gozosamente al placer sexual mientras Juan ve todo, ¿feliz?  "Después de la oscuridad, la luz", dice el título original en latín. Pero, ¿qué es oscuridad?, ¿qué es luz? El espectador, asociando las imágenes que ve en pantalla, tiene su respuesta. Una de tantas, no la única. La riqueza del último cine de Reygadas -Luz Silenciosa (2007), su corto para el filme colectivo Revolución (2010) y ahora Post Tenebras Lux- exige volver a él una y otra vez. Y no es manda.