A veces un viaje en colectivo, en Subte o en tren se puede convertir en un mínimo relato. Quizás hasta pueda modificar lo que crees o piensas de ciertas personas. Comparto, acá, una mínima postal porteña que escribí inspirada en una observación de viajera urbana.
El tren llegó con retraso. Al detenerse, la gente se agolpó frente a las puertas. La muchacha entró como pudo y logró conseguir un asiento vacío. Tendría unos veinte años, como mucho. Se quedó muy quieta, apretando el bolso con fuerza, como si temiera perderlo. Podría haber estado pensando en llegar pronto a casa, quizás en su última clase o tal vez en algún muchacho gris, quién sabe.
Un hombre pasó cojeando por el pasillo. Entregaba bolsitas de sahumerios junto con una nota en la que declaraba que era padre de familia, desempleado y buscaba una forma digna de ganarse la vida. La muchacha miró la bolsita y leyó la nota mientras el tren seguía avanzando. Después siguió los zapatos gastados del hombre, que iba por el vagón levantando y dejando caer su pierna corta, con un gracioso movimiento de punto y coma. Quizás lo vio como un arlequín cansado, o tal vez como un fantasma que deambulaba entre la gente reclamando atención. Poco a poco, las bolsitas y las notas pasaron de las manos indiferentes de los pasajeros a ocupar, de nuevo, su lugar en el morral remendado del hombre. Cuando llegó su turno, la muchacha lo miró a los ojos. Quizás ahora, para ella, el hombre sí que era un arlequín. Sonriendo le devolvió los sahumerios y la nota.
El hombre sacó uno de los palitos verdes del paquete y se lo entregó. Por la sonrisa, le dijo. La muchacha sostuvo el sahumerio, que se mecía al compás del tren, y siguió sonriendo, mientras el hombre se alejaba dejando el vagón oloroso a vainilla.
Autor: Maumy G.
Originalmente, este relato fue escrito en AquaVioleta, bajo el mismo título. Lo revisé, hice algunas correcciones, y lo publiqué en Falsaria. Pueden pasar a votarlo ahí.