Dícese del "comportamiento poco natural de una persona que se esfuerza por dar una imagen pública para conseguir la aprobación de otras personas".
A mi juicio, es un fenómeno que transciende el mero exhibicionismo público que una persona o entidad puede hacer ante su potencial público o, las más de las veces, simplemente ante su cohorte de seguidores.
Creo que es un comportamiento, una actitud, que ha invadido todas las esferas, incluidas las respuestas políticas a los grandes problemas sociales que hoy nos atraviesan.
En el fondo se trata de parecer que se hace algo. En ese sentido es una especie de pseudo-intervención donde se trata de aparentar que se hace lo correcto, sin que los resultados finales importen demasiado. Los protocolos tienen más importancia que las soluciones y la implementación de medidas mucho más que su impacto real.
Dichas medidas serán además más numerosas y más agrandadas, no en función de la gravedad del problema, sino en cuanto la percepción pública del mismo o la estrategia de algún grupo implicado así lo determinen.
Las evaluaciones son siempre de procesos, rara vez de resultados, y la crítica es imposible o está prohibida: se está haciendo lo correcto.
Detecto que en política social el virus del postureo campa a sus anchas, convirtiendo todos los programas a los que infecta en un “como si”, esto es, abordar la problemática como si nos estuviéramos ocupando realmente de ella cuando todos sabemos que los intereses en juego son otros.
Lo más grave es que, a diferencia del coronavirus, este otro cuenta con mayoría de negacionistas. Aunque la realidad, tozuda, nos devuelva una y otra vez que los problemas no se solucionan y que cada vez más personas son expulsadas del camino en forma de exclusión social, de sufrimiento o de pérdida de oportunidades.
Y el verdadero drama es que tenemos vacunas, pero no queremos utilizarlas.