Todavía recuerdo la ilusión con la que empezamos la alimentación complementaria, ¡parece que fue ayer!. Algun@s visionari@s ya me advertisteis de que ya me cansaría, ya. Y teniais toda la razón: ¡estoy hasta el moño de hacer potitos!
Me sigue haciendo mucha ilusión cada vez que introducimos un alimento nuevo y no dejo de dar gracias por la suerte que tenemos por lo bien que come, que aunque la verdura y la carne no le están entusiasmando tampoco le hace ascos.
Lo que me parece un verdadero tostón es estar constantemente haciendo potitos. Probé a hacer más cantidad y congelar pero no me gustó como quedó la textura una vez descongelado. Me dió la impresión de que perdía bastante calidad y me hacía sentir muy culpable ser tan "vaga" ahora que no tengo la carga adicional de ir a trabajar. Así que ahora hago papilla justo para ese día y para el día siguiente.
Pensaba yo que usar la Thermomix iba a ser una ayuda, pero lo único que facilita es manchar menos cacharros, puesto que cuezo y trituro en un sólo chisme. Y, vale, sólo manchas un trasto, que además puedes meter en el lavavajillas, pero la papilla se quita muy mal de las cuchillas y las cuchillas hay que lavarlas a mano, así que no sé qué es peor.
Lo de la papilla de fruta no lo llevo mucho mejor porque no falla que todas las tardes se ponga a llorar mientras la estoy preparando y por mucho que quiera correr, lleva su tiempo pelar la fruta y triturarla. Los días que veo que está cabreado (o que salimos fuera y la fruta triturada se oxidaría) le doy un potito de frutas ya preparado, algo que quizá debería hacer más a menudo porque el tajo que llevo en el dedo índice de la mano derecha es un claro indicativo de que los nervios y las prisas no son buenos en la cocina.
Por no hablar de las manchas de papilla o de fruta, que deben ser corrosivas con el algodón, porque de algunas prendas soy incapaz de sacarlas ni con lejía y agua caliente. Vamos, que tiene ropa "de estar por casa" que da penita verla. Y yo que pensaba: "bah, ¡no se pueden manchar tanto!". ¡Qué ilusa!. Raro es el día que no acabamos con unos cuantos lamparones (el y yo) y papilla hasta en las cejas entre los manotazos al plato, las patadas voladoras, las pedorretas y la manía de chuparse las manos cuando tiene la boca llena.
Voy a acabar como mi marido, que le dice al niño: hijo, a ver si aprendes ya a andar que no podemos más con el carro. Yo cuando voy a la carnicería, en plan maruja le digo: hijo, a ver si te comes ya un buen chuletón con cuchillo y tenedor, que verás lo rico que está y lo poco que vamos a manchar.
¡Menos mal que sé que llegará un día que recordaré estas cosas con mucha nostalgia!. Si hasta me termina contagiando la risa cuando, con la boca llena, dice booooooh y lo llena tooooodo de gotitas de papilla...