¿No querías caldo? Pues hala, toma dos tazas. Que se entienda bien lo que quiero decir: no estoy insinuando que el famosísimo proyecto de Victoria Legrand y Alex Scally sea incapaz de facturar nuevas canciones con las que emocionarnos, digo que la exquisita fórmula de su proyecto musical como Beach House empieza (me parece) a dar señales de agotamiento, y lo último que necesitaba un menda era un doblete de los de Baltimore en el intervalo de apenas unos meses. Lo que hacen Victoria y Alex está MUY bien, es verdad, pero tras unas cuantas escuchas de “Depression Cherry” (el otro, dada la terrible calidad con que se filtró en un primer momento, no me parece justo valorarlo hasta haberle dado las pertinentes vueltas en las condiciones que se merece) siempre acabo desembocando en lo mismo: una sensación de un cierto empacho, como si exploradas todas las posibilidades de la receta, sólo nos quedara el placer de volver a paladear un sabor ya conocido en todos y cada uno de los platos del menú. ¿Se acabó la magia, entonces? Ni idea, y desde luego tampoco sería la primera vez que ocurre que un grupo acaba aburriéndome/nos con su machacona insistencia en un sonido del que en su día caí/mos enamorado/s, pero creo que la trayectoria (presuntamente ascendente) de los de Baltimore agradecería un volantazo, o la introducción de nuevos matices, o qué se yo: cualquier cosa menos (Cariño, creo que nos estamos dejando caer en la rutina) másdelomismo. Lo dice uno, además, que contra la opinión más extendida considera que la cima más alta alcanzada por los de Baltimore está en “Teen Dream“, y apreciaba en el (soberbio, hay que decirlo) “Bloom” algunos tics algo reiterativos.
Vamos entonces con lo mejor de este disco con gusto a caramelo de cereza (insisto: delicioso cuando te lo metes en la boca, pero no precisamente la clase de sabor que uno quisiera tener todo el día sobre la lengua). Las pequeñas porciones hacen ganar muchos enteros a mi percepción de la música del dúo, y he de confesar que así es como más la disfruto: convenientemente dosificadas, dejo de preocuparme por mi incapacidad para distinguir si tal o cual cancion pertenecían a tal o cual disco, y me concentro únicamente en las deliciosas experiencias que ofrecen. Así, de partida, ni “Levitation” ni me ofrece algo mejor que “Walk In The Park“, ni las guitarras (ahí si que tengo que reconocerles un cierto esfuerzo por ofrecer un aliño algo distinto) de “Sparks” terminan por entusiasmarme. “Beyond Love” ejemplifica perfectamente lo mejor y lo peor de este nuevo disco de Beach House: es tan deliciosa como reiterativa. Victoria canta como los ángeles, y el tema tiene uno de esos riffs ante los que cualquier persona con un corazón latiendo en el pecho debería derretirse. La única duda es si necesitamos 4:25 minutos, cuando todas las ideas han quedado perfectamente plasmadas en la mitad de tiempo. Me salto la pista titulada “10:37“, que me ha interesado bastante poco y afortunadamente es el título y no la duración de la pista, y me voy directamente a la que creo que es la canción más memorable del lote.
“ppp” sí que me gusta, caray. Arranca como una de esas típicas estructuras de cristal que ya hemos visto erigir 100 millones de veces a sus autores (estoy pensando en “Wishes“, por ejemplo), pero esta vez premia a los pacientes, reservándoles lo mejor para el final: tras la ensoñadora melodía y la flotante voz (por momentos, casi hablando) de Victoria, nos aguarda una coda que aspira seriamente a rozar el infinito. Uno quisiera, en verdad, que esa música de campanillas durara para siempre, que ese bucle instrumental que ocupa los dos minutos y medio al final de la pista se extendiera (este sí) durante horas. Cerrar los ojos, dejarse mecer por ese arrullo mágico hasta quedar dormido, y ser felizmente incapaz de distinguir la siempre decepcionante realidad de los sueños que (si no fuera por la música…) creíamos inalcanzables.