Sin duda se flexibilizaría el rechazo a que las mujeres participen en la guerra si vivenciáramos las necesidad cotidianas de las mujeres indias de Chiapas que viven sin vivir la vida, sometidas a modelos genéricos tan rígidos y tradicionales que por siglos les han negado el espacio para sentirse realizadas más allá de la maternidad, reduciendo el campo de su pensamiento a las actividades que se repiten exactamente igual los 365 días de los años que logran sobrevivir afrontando la miseria, la discriminación y la violencia.
Las feministas radicales debemos recordar que hacerse feminista es un proceso político con muy diversos ritmos, estrategias y posibilidades de avanzar; lo importante es que las mujeres que participamos en él no perdamos el norte de la emancipación, sobre todo, apliquemos la teoría feminista en la construcción de estrategias válidas de acuerdo a la realidad en donde queremos incidir. No es de las declaraciones del Subcomandante Marcos o de las leyes feministas o de las mujeres entrevistadas solamente de donde tenemos que obtener nuestra información, tenemos que ver al movimiento zapatista en su conjunto y en sus posibilidades, como un proceso social en el que nos podríamos incluir todas las mujeres que participamos desde nuestras propias trincheras en “la construcción de una democracia desde la diversidad y la pluralidad” (Comité Nacional de ONGs Hacia Beijing, 1995, 14) y luchemos porque todas las mujeres dejen de desempeñar los roles tradicionales y las relaciones cotidianas que la sociedad patriarcal les impone.
El despertar de la conciencia genérica
No podemos juzgar al zapatismo desde los mismos parámetros que usamos para juzgar los programas partidarios o de las revoluciones centroamericanas de las décadas pasadas. El proyecto zapatista no es algo acabado que pretenda imponerse, al contrario, nos da la oportunidad de incorporar nuestras propuestas al abrirnos una mesa especial en las negociaciones de Larráinzar y al llamarnos a participar; nos da la oportunidad de ir construyendo un nuevo sistema de relaciones a través del largo camino hacia la igualdad y la justicia con paz y dignidad. Las feministas que trabajamos cerca de este proceso reivindicamos el derecho a equivocar el camino y corregirlo, pero debemos hacerlo en la práctica a fin de que nuestra fuerza y nuestra energía se vaya acumulando en beneficio de la transformación que buscamos. Es necesario pensar que lo que expresan las tesis y posiciones zapatistas corresponde a la distancia entre la realidad social chiapaneca y lo que se ha logrado cambiar al interior de sus filas y del pueblo organizado en más de una década de militancia. Y eso es mucho. Aunque es verdad que falta incorporar a las 16 demandas del EZLN la eliminación del carácter patriarcal del sistema, la recuperación de nuestra sexualidad enajenada, la eliminación de las relaciones jerárquicas, verticales y autoritarias y muchas otras más. Los espacios de poder y de participación que han logrado para las mujeres puede ser el inicio de un nuevo camino que necesitamos todas. Hay que reconocer que nunca hasta ahora se había logrado incluir en un proyecto político revolucionario nacional las demandas específicas de las mujeres indígenas, aún aceptando que la mayor parte son reivindicaciones inmediatas de género. No es lo que el feminismo radical quiere y ha ideado en condiciones urbanas y con recursos. No, es apenas la deconstrucción de los modelos genéricos tradicionales y el inicio de la construcción consciente de nuevos modelos. Nuestro trabajo feminista, aprovechando los espacios de investigación, formación, apoyo a las organizaciones delas mujeres, de acompañamiento a sus procesos de confrontación y lucha puede servir de catalizador a ese proceso que tienen que realizar y están realizando las indígenas chiapanecas con sus ritmos, contradicciones y desde su propio modo de sentir y actuar.
En las mesas de negociación las mujeres hablaron, exigieron la desmilitarización de sus comunidades, la desaparición de las guardias blancas y de la política de terror que las tiene acosadas permanentemente, defendieron sus derechos, reclamaron para que “su palabra” fuera incluida en el resumen de las mesas. Expresaron su derecho a tener tierras buenas, a tener voz, a participar en igualdad en el uso, aprovechamiento y administración de los recursos, igualdad en la participación política y en el gobierno indígena, reclamaron el derecho a la salud, a la educación, a salarios y precios justos, a organizarse para la defensa de sus propios derechos. Pidieron apoyo a sus proyectos productivos agrícolas, pecuarios y artesanales para el mejoramiento de su nivel de vida. Pusieron gran énfasis en las demandas de castigo justo a todos los militares que violan a las mujeres. Este proceso ayuda a fortalecer la participación de las mujeres, a socializar sus problemas, demandas y alternativas de solución. Su continuidad a nivel de las negociaciones con el gobierno quizás aporte poco pero en las comunidades, en el trabajo cotidiano de las mujeres, en su mente despierta al cambio, estamos seguras de que el proceso irá desembocando cada vez con mayor precisión, pero con su propio ritmo, en el desarrollo de la conciencia de género y en la participación política de las mujeres en demanda de sus planteamientos estratégicos de igualdad en la cama, la familia, la comunidad y el país. Las feministas debemos tener claro que ahí está el espacio, aprovechémoslo. En todo caso, nuestras hermanas indígenas zapatistas insurgentes, milicianas y de las bases serán quienes decidirán impulsar o no el carácter feministas de sus organizaciones y de su movimiento. Nosotras hagamos lo nuestro.
Mercedes Olivera es mexicana, antropóloga y directora del Centro de Investigación y Acción para la Mujer con sede en Chiapas.
Publicado por Género con Clase