Otra manera de protegerse con las hojas nos la muestra el escarabajo rojo de la imagen, un gorgojo enrollahojas. La hembra hace a mordiscos un corte en una hoja de encina de tal manera que la lámina verde se enrolla sobre sí misma formando una especie de tubo. En el interior de esta guarida la hembra pone huevos, y la larva del futuro gorgojo se desarrollará allí dentro, a salvo, alimentándose de los tejidos tiernos de la hoja. Pero, a pesar de todas estas precauciones, el cobijo del enrollahojas todavía puede recibir a un inquilino: la larva del gorgojo verde Lasiorhynchites, que cría en los refugios de su pariente el enrollahojas. Ambas larvas crecen juntas dentro del estuche, aparentemente en buena armonía, hasta que caen al suelo para pupar. Allí sus caminos se separan, pero quizás sólo por unos meses, porque si todo les va bien estos "hermanos de hoja" podrán reencontrarse ya como adultos en los brotes de alguna carrasca en el mes de abril.
Los gorgojos enrollahojas son típicos de las selvas tropicales, y en nuestros montes constituyen un recuerdo más del pasado tropical de la región mediterránea. ¿Qué improbables senderos de la evolución habrán llevado a los enrollahojas y a su inquilino verde a vivir de este modo, como reliquias de un linaje tropical en pleno monte mediterráneo? En cualquier caso, estos gorgojos tan solo representan la punta del iceberg, una más de las muchas historias insólitas que se ocultan en el extraño país de las maravillas que hay en la copa de una encina. En la copa de una simple encina, de una cualquiera de nuestros millares de encinas.
Basado en la narración de Fabre sobre el gorgojo Attelabus (Souvenirs Entomologiques) y en la información sobre estos grogojos que figura en la guía de coleópteros de Zahradnik (Omega, 1990).