Por lo tanto, se entiende por campaña electoral, a efectos de la citada Ley, el conjunto de actividades lícitas llevadas a cabo por los candidatos, partidos, federaciones, coaliciones o agrupaciones, en orden a la captación de sufragios. La campaña electoral comienza el día trigésimo octavo posterior a la convocatoria, dura quince días y termina, en todo caso, a las cero horas del día inmediatamente anterior a la votación. También se establece que desde la convocatoria de las elecciones hasta el inicio legal de la campaña, queda prohibida la realización de publicidad o propaganda electoral mediante carteles, soportes comerciales o inserciones en prensa, radio u otros medios digitales, no pudiendo justificarse dichas actuaciones por el ejercicio de las actividades ordinarias de los partidos, coaliciones o federaciones reconocidas en el apartado anterior. Se exige, pues, un riguroso respeto al pluralismo político y social, así como a la igualdad, proporcionalidad y neutralidad informativa en la programación de los medios de comunicación de titularidad pública en período electoral.
Sin embargo, y pese a todo lo anterior, la realidad no deja de mostrarnos continuamente un escenario caótico en el que se mezclan precampaña, campaña y postcampaña electorales, diluyéndose hasta confundir el afán de captación de voto con el mero acto político sin tal finalidad y condenando a los ciudadanos a una interminable y, en ocasiones, bochornosa carrera de marketing. Sin haberse iniciado aún el periodo legal de campaña, ya se pueden ver por nuestras calles numerosos carteles con las caras de los candidatos, se convocan mítines de innegable discurso electoralista y se encargan encuestas de intención de voto dispuestas a ser cocinadas. La encarnizada lucha por conseguir la victoria final nos perseguirá hasta final de año, casi doce meses padeciendo un clima enrarecido, turbio y desordenado.
Todas y cada una de las prohibiciones reseñadas en la referida Ley Orgánica serán convenientemente neutralizadas por medio de maquinaciones, eufemismos y disfraces varios. La pretendida pulcritud de los Poderes Públicos por no influir en el electorado, la supuesta imparcialidad de los medios de comunicación, el respeto a las fechas concretas de solicitud de voto o la nítida separación entre el candidato y el cargo público que ejerce sus funciones saltarán por los aires y, como viene siendo habitual, las artimañas para alcanzar el triunfo pasarán por encima del espíritu de las leyes, procediendo a su acoso y derribo. Dicen que en el amor y en la guerra todo vale. Me temo que, para demasiados, en la política también.